Se puede ser más estúpido

79 desencuentros en la tercera fase. Lo que el covid se llevó.

Última comanda.
Melocotones en almíbar, galletas, sopas de sobres.
Sobras de un pasado,
luz sobre sus sombras.
Una rasta de gato.
Una guindilla. Ojos rojos.
Cacao en polvo.
Humus de berenjena y un puerro.
Escarola de caracol.
Chorizo con yogurt.
Espirales e insuficiencias respirales.
Silencio de sentires, aplausos y cacerolas.
Contactless.
Zumos y batidos.
la entrada un millón de su diccionario en clave.
El último mongui.
La misma ilusión y torpeza que un niño con su extraterrestre aprendiendo a volar en bici.

Sol de tarde, que llegó tarde.

Más vale tarde,
que nunca.

76 correos no deseados. Fuego y tinta.

Setenta y seis correos no deseados. Todos míos. Aquella mañana de fuego y tinta. La segunda de cuantas mañanas de cuantas semanas el cuerpo aguanta. Aquella mañana intercambié fuego por tinta. Aún no sé quién salió perdiendo. Con la tinta pudiera haber escrito cuantas sensaciones revolvieron a mí sin previo aviso, entre asépticas poses e inaguantable desesperación. Como la consulta de cualquier médico más enfermo que todos sus pacientes juntos.

Y ahí estaba frente a la dueña de todas sus libretas. En términos prácticos de la misma manera que le había dejado ella hacía nueve años. Hecho una uténtica mierda. Algo o alguien que parecía auténtico hasta que descubrías que todo era un fraude, una fachada. Facha viene de fachada, ¿no?

Alguien que vivía un cuento, una fantasía. Alguien que con tanto insomnio tras su sombra no puede más que acabar perdiendo el sueño en algún momento.

Dicen que el amor es loco. Y hay locos que aman como locos, y eso, en ocasiones es delito. Delito de locos. Eso es lo más poético que puede decirse de ciertos tipos de amor.

Calle Amores.

Cumpleaños total. Familia de verdad. De sangre, tabernas, pesares y bondades. Soplar una vela y desear que todo permanezca igual. Jam republicana y reencuentro con mi mar. Con mi mar de amores. Con mi mar Mediterráneo.

La dueña de sus libretas agradeció la intención de crear un momento divertido. Un gesto. Una firma. Quizás para dejar a la jueza constancia de su presencia en un mar recuerdo, mal recordado y peor descrito.

Hablando del amor estábamos. Si funciona, no lo toques, como dicen los técnicos. Y si no falla es que aún no lo has tocado del todo. Como dicen los técnicos electrocutados.

transcripción.

Antes de que se vaya la reina de la pista dale medio pollo.  – Quizás me gusten mucho las mentes, esa incertidumbre de entender o no algo tan simple, sin darme cuenta. – Se me sale el pecho cada vez que te veo. Se me sale el pecho. Papel, azúrcar. Spaguetti. Preguntó a a la dueña de todas sus libretas. Búscame en el SPAM. Ella. Tras la firma.  «Ha acabado en una bien, pura y digna vida. Se alegra por lo de digna. A él solo le falta el Sms. Todo lo demás lo ha probado todo. La reina de la DGT le habla. Le dice que la deje tranquila. No le gustó despedirse de un cuñado. Soy la libreta y puedo morir. No al libro electrónico. La libreta se rebela. Las fotos se revelan.

ImproSession en el ojopatio del patio de luces. Sueño. Suelo. Espejo. Timbal. Guitarra y voz. Siesta y una libreta vacía. No sabe cuántos años lleva sin tener nada que decir.

Sin embargo yo elegí fuego. En este curioso juego en que se convirtió volver a revivirlo todo 48 horas después y llegar antes que nadie al futuro Velvet. Y solo verte entre las calles como ese recuerdo suspendido como nieve que se desliza sobre hielo. Culebrillas nerviosas. Anguilas eléctricas recorriendo mi cerebro. Recuerdos y acordes que solo los flashes que configuraba el técnico de luces de la nueva sala y Daft Punk pudieron controlar.

Y sin embargo yo elegí fuego en nuestro trato. Y mientras me terminaba de liar mi penúltimo cigarrillo del día y descubriendo una vez más que fumaba, me percaté de que no tenía cómo encender aquel primer cigarrillo de la mañana. Ahí empezó el trato y se terminó de sellar cuando, desesperado, se levantó en medio del bus pidiendo un bolígrafo y para mí fue inevitable darle el mío. Y la tinta fue de él. Y no le dejé devolvérmela. Cuando una tinta se entrega ya no ha de escribirse de nuevo con ella. Toda mi tinta es suya ahora.

Una anciana volvía a desvanecerse en el autobús. 35 minutos al sol dentro de un vehículo lleno de personas sigue siendo letal para una persona anciana en pleno siglo 21. Hace 20 minutos que he dado mi tinta y no puedo escribir sobre lo que está ocurriendo.

Piden desesperado un médico, o alguien que sepa qué hacer mientras el chófer y sus maniobras convierten al pasaje en una ambulancia de unas 50 toneladas en medio de un mar de coches frente a la dársena de Aduana.

El contestador de todas aquellas compañías telefónicas finalmente me hizo más caso y me acompañó más que dos doctores juntos el día que me desmayé en ese inmundo autobús tercermundista lleno de pobres de derechas. Y dos médicos. Y ninguno se levantó, porque el bus iba en marcha. Es complicado desamayarse en un autobús nórdico matriculado en cualquier otro lugar.

Ella puso su rúbrica sobre la octava libreta y la tierra firmó con lava al otro lado del planeta.

Dieciocho marquesinas y el cumpleaños de papá

Posted in Ich, Radiografía de mil abrazos by El autor on 29/03/2010

Día 57: Tras doce horas de intenso trabajo y cuatro de escritura ininterrumpida,
volvía a sentirse preso de ese zumbido. Y es que, tras casi dos meses en condiciones
de gravedad cero, ninguna de las menciones recibidas en la escuela de aeronáutica o
en la academia de cosmonautas era ahora útil a la hora de descubrir la procedencia de
ese zumbido, entre la infinidad de ruidos, pitidos, bips y crujidos de la estación
espacial. Tomó su cuaderno de notas, y tachó las últimas cuatro frases. Volvió a
pensar en su madre, en la forma en que esta le contaba historias espaciales en su
infancia y en el hecho de que el amor entre una madre y un hijo es quizás el único
que se mantiene intacto ante el tiempo y la distancia. De nuevo puso sus dedos sobre
la fibra del ventanal y pronunció tres palabras. El zumbido seguía ahí.

El día en que escribí parte de este micro-relato de 149 palabras en diez líneas, te conocí. En una parada de autobús. Ese mismo día y en ese mismo autobús, abandoné una fotografía. Tú viste cómo lo hacía. He pensado en 18 marquesinas que te recuerden ese momento y, así, encontrarte. El 31 de marzo es el cumpleaños de mi padre. Es la mejor persona del mundo. Me parezco muy poco a él en ese aspecto; aún así: ¿querés cansarte conmigo? Tampoco soy argentino pero tengo dudas acerca de si debiera acentuar «quieres» cuando es una forma interrogativa. Podría dibujarte si supiera dibujar, dejé una foto pero me llevé otra en mi recuerdo. Esto es radiografía de mil abrazos. Fue otra de las grandes ideas de Antonio Santo.