62 combinados sin pagar
Forma parte de una ley no escrita. Los clientes habituales deben por obligación tener algún que otro privilegio en los lugares que frecuentan. No es nada extraño; se trata de un contrato verbal entre el cliente y el tabernero por el cual el cliente se compromete a ser fiel a la taberna por el resto de sus días. A cambio de este honorable gesto, el tabernero se compromete a crear una cuenta a nombre del cliente, la cual usará el cliente para financiar sus gastos, a bien de no tener que salir de casa siempre con dinero (que la cosa está muy mala). Así procede el tabernero, así proceden todos los taberneros.
Siempre fui puntual pagador, todos lo saben; aquellos que me vieron beber en el pasado, invitar más que ser invitado, podrán confirmar lo que les digo. Porque si algo está feo en esta vida, si algo te condena para la eternidad, ese algo es sin duda dejar las cosas a medias, o las cuentas sin pagar.
Porque cuando dejas algo a medias, una parte de ti se esfuma junto con la ya subjuntiva satisfacción del deber cumplido. El único camino que nunca ha de recorrerse por completo es el de la felicidad, recuerden, es un camino y la meta nos llevaría al principio, como en una etapa ciclista con principio y final en la misma ciudad. Tan triste y absurdo como una contrarreloj. Todo el mundo sabe que no se puede ir contra el reloj, a menos que conduzcas un ‘Delorean’ modificado por tu amigo el científico loco de tu barrio.
Es un lastre dejar proyectos a medias pero también es inevitable pues la mayoría de los proyectos nacen de una necesidad. Necesidad interior o exterior que puede desaparecer, o puede dar lugar a nuevas necesidades, o acabar con nuestras fuerzas o, simplemente, con nuestras ganas de emprenderlo. Nadie puede estigmatizarse a causa de esta realidad tan terrorífica como justa. Un proyecto es parte de nosotros hasta el punto de ser nosotros parte de ese proyecto, para cuya ejecución final quizás necesitemos apartar nuestras manazas de él, llegado el momento.
Con esto no quiero justificar en modo alguno el hecho de que finalmente se quedaran sin pagar 62 combinados ya que, si bien es cierto que me preocupé y mucho de conseguir una cuenta en cada una de las tabernas a las que facilité la gloria; no menos cierto es que nadie pudo revelarme a tiempo el momento en que iba a abandonar este mundo.
De todas formas, de seguro habría invertido mis últimas horas en invitar a una última copa a todos los que me arropaban en cada una de mis noches. Y de seguro las habría apuntado en mi cuenta.
A Joaquín, otro amigo que se ha marchado sin despedirse.
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