Ocho aviones de papel
Aún nos queda mucho por aprender de los aviones de papel. Lo importante no es el destino sino el trayecto: de esto saben mucho. Cuando éramos niños disfrútabamos con el vuelo, aunque sabíamos que los aterrizajes serían siempre forzosos. No ha cambiado nada desde entonces. Ya no nos impresionan las catastrofes aéreas, ahora son los controles del aeropuerto los que nos dejan mudos.
Sólo el agua puede deslucir el vuelo de un avión de papel; aún así queríamos comprobar cuánto podría volar. En el apogeo de los aviones de papel, la materia prima abundaba. Había imaginación y papel para crear infinitas rutas aéreas, todas con idéntico final. Hoy existen demasiados impuestos gravando nuestro pensamiento; el papel sigue sin ser un problema. Es imprescindible y reciclamos bastante.
El problema no es el papel. El problema no es el diseño, no es el viento. El problema son las nubes. El avión, ya volando, lejos de nuestro control, desea llegar a las nubes; inconsciente, ignora que las nubes acabarán con él. Nubes cargadas de lágrimas de aquellos que nunca aprendieron a volar, ni siquiera en sueños, ni siquiera en un avión de papel. Nubes cargadas de lluvia intensa, suficiente para derribar ocho aviones de papel.
Puede que algo sí haya cambiado desde entonces. Nos obsesionamos con el aterrizaje, y no llegamos nunca a disfrutar completamente del trayecto. Absurdo, sí, como fletar barcos de papel.
Nuestra primera conversación
Hola Pablo:
La primera vez que hablamos, tú estabas en tu cama y yo fui a verte. Tenías cuatro años recién cumplidos y yo fui a tu casa a cenar. Era domingo. Yo estaba enamorado y tú muy triste porque tu madre no te dejaba quedarte más tiempo en el salón. Entonces lloraste, te pusiste muy triste. Con el tiempo descubrirás de qué forma se hace añicos el corazón de tu madre cada vez que te oye llorar. Descubrirás que todos te queremos tanto, que pensar por un segundo que no eres feliz nos atormenta.
Ahí, a los pies de tu cama, estaba yo. Tú con tu pijamita puesto y tus ojos cerrándose, picándote a más no poder, y yo intentando calmarte con mis susurros. Me hizo mucha gracia la sensación que tuve en ese momento. Pensé que para nada querías un cuento, que realmente no te sentías cansado y que solo querías charlar como hacemos «los mayores». Entonces, yo te pregunté acerca de qué te ocurría y tú insistías en irte con tu padre.
Yo intenté hacerte entrar en razón porque tu padre estaría ya más que dormido y no iba a poder ir a recogerte a casa de mamá. Al día siguiente él al igual que tú tenía cole y ese era el motivo por el cual ambos deberíais estar descansando a esa hora. Insistías en que no dormía, que estaba cenando; y gracias a Dios comprendiste que la única que estaba cenando era tu madre, porque esperaba a tenerte acostado para cenar. Luego, visto que no me preguntabas pero yo necesitaba contárselo a alguien más (tu madre y Sandro ya lo sabían) te conté que tenía una amiga, que era compañera de clase y que me gustaba mucho. Dos segundos más tarde me di cuenta de que no te interesaba mi vida, y que lo único que querías era que yo me interesara por las pegatinas de Spiderman que tenías en el cristal de tu ventana. En ese momento descubrí el relativismo emocional. Por mucho que te dejes la vida en algo, o pienses en la trascendencia de un acontecimiento o de un sentimiento, siempre habrá alguien a quien le parezca la mayor de las tonterías y que, además, tenga más pegatinas que tú en su ventana.
Ese día los dos descubrimos algo. Tú te diste cuenta de que no querías estar con papá, ni tampoco con mamá. Descubriste que realmente querías la versión «sin regañar» de ambos. Descubriste no con poco asombro que todos los papás y las mamás del mundo son una máquina de regañar y que realmente lo hacen porque quieren que seamos mejores personas. Yo descubrí que necesitaba pasar más tiempo a tu lado, y que definitivamente quería ser el mejor padre del universo. Descubrí que por muy perdidos que nos encontremos siempre existe un atajo que nos lleva al mejor de los destinos. Descubrí que vamos a ser unos amigos excelentes y que siempre que necesites que te escuche, ahí estaré.
También me di cuenta de que un niño de cuatro años, en ese momento tú, es el menos indicado para dar un consejo acerca de mi situación sentimental; la de, en ese entonces, otro niño de veintiséis.
Dos días después me prometí a mí mismo que de vez en cuando escribiría cartas para ti, con todo lo que quería contarte acerca de este mundo y de cómo lo veo yo.
Cinco
La rima cruel, los dedos de Dios. El número máximo de horas que puedes dormir al lado de la persona que te atrae infinitamente sin tratar de hacerle el amor. También son las veces que he tratado de comenzar este texto y, por extensión, actualizar regularmente un blog.
No estoy hecho para la rutina, lo siento, no valgo para un «de ocho a tres». Aunque puedo hacerlo, quede constancia, pero si puedo evitarlo, lo evito. Hoy por ejemplo, mi jornada laboral empezó pasadas las 22 horas, y aún cuando perfilo estas líneas, 04:30 a.m., no ha terminado.
Si hay un patrón que no falla a la hora de buscar pareja es el coche de tu madre. Si ella/el tiene un coche del mismo color y modelo que tu madre, que no se te escape. A la hora de buscar una madre para nuestros hijos, en cambio, no debemos fijarnos en cosas tan superficiales como un modelo de coche…
Cómo encontrar a la madre de sus hijos:
No la busque, aparecerá ella sola.Es más sencillo por tanto que preparar un buen café. Si aún así la respuesta no le convence e insiste en buscarla, atienda a estos aspectos:
La madre de sus hijos no puede cansarle la vista, debe hacer justo lo contrario. Sus ojos, por tanto, han de ser aquellos que lleven su vista al infinito (o más allá). Si usted una mañana se cansa de mirar esos ojos, esos hijos no son suyos, pues ella no es la madre de sus hijos.
La madre de sus hijos jamás le hará daño.
Seguramente digan palabras al unísono sin entender muy bien por qué; no tema, eso se llama sinapsis sincrónica y no la recoge ningún libro de Ciencias aún. Simplemente tienen el modo inalámbrico conectado.
Una vez usted la encuentre, no se preocupe, en ese momento todo se irá al carajo. Porque si hay algo que no falla a la hora de medir la consecución de un objetivo es el siguiente estado de disonancia que nos invade. Las dudas y el terror a lo cotidiano. Sí, el terror al desgaste, al traspiés, al paso en falso, al error y al dolor. A eso, y a no pocas cosas más, es a lo que nos enfrentamos cuando los planes salen bien. Pero cuando nada tiene que ver con un plan y todo lo que ocurre es puro azar, atracción y química, entonces las probabilidades se multiplican en progresión geométrica.
¿La solución? El hurto. Robar ideas, valores y situaciones. Robar chistes y expresiones es el mejor antídoto para olvidar nuestros temores. ¿Debo recordarles que los gansos heredarán la tierra?
Cuatro cucharaditas de aquello
– Así que esa es tu receta para hacer el mejor café del mundo.
– Sí. Sencilla, ¿no?
– Delicioso.
Tomó un último sorbo, recogió sus cosas y se fue. Mientras el sonido de su coche la alejaba de mi casa volví a pensar en aquello que me había ocupado horas de reflexión la noche anterior: por qué.
Antes de continuar me permitirán confesarles el gran problema (o uno de tantos grandes problemas) que tengo con la sociedad. Mi cerebro retiene siempre mejor los nombres de las mascotas que el de las personas. No pregunten, simplemente es así. Me cuesta mucho menos recordar a Terry, el perro de Andrea, si pienso en aquel viejo spot; que recordar a Nacho, ese insolente niño de papá que conocí aquella noche.
Dicho esto, debo confesar que olvidé el nombre de esa mujer, que no me importa, que ella sólo me recordará por mi café, que dejará de ser mío porque ahora ella sabe la receta. Por ello, y antes de que la sangre llegue al río, la compartiré con ustedes.
Cómo preparar un (buen) café:
Hay que comprar una cafetera o al menos tener una que pueda hacer café. Una cafetera que puede hacer café es aquella que prepara café en lugar de mierda. Una cafetera que no puede hacer café es todo lo contrario.
Hay que tener café. El café es uno de los dos elementos que mejor procesan en Colombia. Es de color marrón oscuro y para prepararlo hay que molerlo. Antaño había caramelos de café en forma de verdaderos granos de café que estaban deliciosos. El café, en Málaga, se pide de muchas maneras diferentes, dependiendo de la cantidad de leche y/o café que contenga. De más a menos tendríamos un café «solo», que como su nombre indica, es simplemente café. Llamamos «cortado» a ese delicioso café manchado con unas gotas de leche fría. Pasamos al «mitad» que es un café con leche a partes casi iguales. Dentro del mitad existen matices como largo o corto, el mitad largo llevará más leche mientras que el corto carecerá de tanto mamario elemento. Sólo quedan dos: el «sombra» y «la nube». Ambos tienen ya poco café, siendo «la nube» el rey de los cafés escasos. Menos café que una nube es ausencia de café.
También necesitamos agua. Existe la posibilidad de hacer con leche en lugar de agua el café soluble, pero esta modalidad ya tiene unas instrucciones mucho más breves (e inexactas) en el dorso del recipiente.
Yo uso una cafetera italiana, que dado el tiempo que lleva en esta ciudad, sólo su diseño posibilita que alguien no la confunda con otra malagueña más. Tiene tres partes. Un depósito de agua, un filtro que parece un embudo de base plana con multitud de agujeritos y otro depósito, para el café, que vendría a ser un recipiente con un cilindro central taladrado en su parte superior, por donde el café saldrá y nos hará feliz.
Se llenará de agua hasta la marca que veremos claramente. Se usará agua del grifo. El agua mineral es una maravilla, pero el café es una bebida de perdedores, el agua pura no le hará ningún favor. Oh, el lector asiduo bebedor de café se ha sentido muy ofendido. Los no perdedores también beben café, estén tranquilos estos. Pongamos el filtro sobre el depósito y llenémoslo de café, sin apelmazar, juegue a dibujar con la cuchara sobre él. El jardín zen es una mala copia de este paso del proceso. Enrosque el depósito del café (aún vacío) en el depósito del agua con el filtro lleno de café. Lo suficientemente fuerte para que la cafetera no explote y lo suficientemente suave para que no se lesione al desmontar la cafetera para su limpieza (la de la cafetera, no invente).
Esta cafetera se ha de tratar con más cuidado que el ídolo que hizo a Indiana Jones huir de una roca gigante. Por ello, la sujetamos del mango (que lo tiene) y la acercamos al fuego. Las cafeteras pueden calentarse con cocinas de gas, vitrocerámica e inducción aunque para estas últimas, algunos modelos más antiguos necesitarán una superficie de contacto, pues la inducción trabaja con un tipo de microondas y magnetismos que pueden no calentar una cafetera más antigua.
A fuego muy muy lento o potencia baja en nuevas cocinas eléctricas, el agua comienza a calentarse hasta que la presión consigue que suba, pasando por el filtro, haciéndose uno con el café y llenando por fin del mismo el depósito superior. Cuando está listo, será aire lo que salga del cilindro superior, así que su sonido delata el café recién hecho. Es un sonido característico que nunca se olvida. Nosotros, estaremos atentos al proceso, lento y pausado, y nos comprometeremos a retirar del fuego la cafetera unos segundos antes de que termine de subir todo el café. Con ello ganaremos aún más calma en el café, que saldrá con menos fuerza al final, que sacrificará unos despreciables mililitros en beneficio de un sabor suave y aromático único.
Por qué. Seguía disfrutando de mi buen café y pensando nuevamente en todo aquello que, ya saben, me había ocupado horas de reflexión la noche anterior.
Por qué ella, igual que muchos de ustedes, aun sabiéndose única genéticamente, sabiéndose única intelectualmente, había decidido comprarse un llavero. Por qué, de hecho, no paramos de comprar accesorios para «definirnos» si nuestro nombre, apellidos, grupo sanguíneo, ideología y formas de brindar sexo oral ya nos convierten en únicos. Sómos veraderos huéspedes de las marcas, somos el soporte publicitario más efectivo, más barato y más estúpido. Repito, se puede ser más estúpido. Voy a olvidar su nombre, pero no en cambio su llavero. Porque esas cosas no se olvidan. No se olvidan los llaveros, las pulseras, las chapitas o los sombreros. Por eso los compramos, porque aun perecederos, duran más que nuestros nombres. Por eso no nos importa llevar zapatillas fabricadas por niños, porque sabemos que cualquiera de nosotros no podría hacerlas mejor que ellos.
Tres millones de besos
Castos y puros, ¡ya sabes! No, en serio. Vamos a empezar por uno, luego por otro y después por otro. Ya tendremos tres. Sólo quedarán dos millones, novecientos noventa y nueve mil, novecientos noventa y siete para que mi retorcido plan concluya. Serán besos de buenas tardes, de buenas noches y te aseguro que también habrá de buenos días. Serán con prisa, serán excitados, nerviosos y tiernos. Serán pausados, sutiles y gamberros. Serán de vaca, algunos sí.
Pero no sólo de besos vive el hombre. También pienso buscar tu carcajada, tus labios y toda tu piel. Llegaré a las yemas de tus dedos y haré que olviden el frío para siempre. ¿Para siempre? quizás no así, porque ya sé que adoras el frío.
Llenaré tu cabeza de canciones, llenarás la mía de otras tantas. Marcaré el 091 cuando quiera: es gratis. Escribiré el número suficiente de mensajes para colapsar la mermada memoria de mi teléfono de gama base, mi teléfono indestructible y con linterna. El batmóvil empieza por seis; pobre Robin.
Este es el post de la ilusión, así que no me llames iluso porque te cante una canción.
Atrapado en el espacio, donde se repiten una y otra vez las órbitas alrededor de tu sol. Voy a rebuscar en todas las estrellas, porque seguro que encontraré algo de ti en la superficie de alguna de ellas. Luego voy a enseñarte mis logros y también mis fracasos. Acertaré un montón, y se me escaparán decenas de matices, pero te voy a decir una cosa:
No voy a venderte la felicidad eterna porque no creo en ella. Debo incidir no obstante en que los pequeños momentos que pases a mi lado, todos, intentarán ser los mejores de tu vida.
Si te gusta este post: tres de tres. La estadística no falla, dice Montse (mi madre).
No soy más que otro más
Siempre lo piensa.
Se levanta, vuelve a recuperar su entidad, frota sus ojos y mira sus manos.
Son sus manos.
Eres tú.
Otro día más, en la vida de otro más.
No es diferente, bosteza como todos los demás.
Se mira al espejo, inventa tres muecas, se burla de sí mismo. Es otro, otro más.
Por suerte al salir piensa que es diferente, que llegará mucho más alto, que nada se le resiste, que nada es imposible. Lo que ignora, porque en el fondo lo sabe, es que también ese es el pensamiento de los demás.
Claro, todos son igual de especiales que usted, todos odian madrugar como usted. Todos odian la rutina hasta que se cansan de las vacaciones. Usted no es diferente, lo siento. No es más que otro más.
Felicítese, ahora sabe algo más que los demás.
Reyes magos
Suena retórica la idea de comenzar el blog de un republicano con un post en el que aparece la palabra «reyes» pero es cinco de enero.
Esto es un blog más, si busca algo diferente a los lamentos de un ser deforme, podrá encontrarlo en el buscador más laureado en 2010. Sirva por tanto como presentación este beta-post.
Cosas que me asustan: los rayos, como a los galos.
Cosas que me excitan: cierta música.
Ahora que vivimos en la nube, más en el suelo debo tener mis pies. Eso me molesta, porque no me gusta tener que llevar la contraria al mundo constantemente y, la verdad, en la corriente se está más cómodo. Me río de aquel que hablara por primera vez del «desafío de la hoja en blanco». Era bien torpe.
Para escribir sólo se necesitan dos cosas: soporte y dolor. La euforia nunca fue buena consejera, nos hace escribir más rápido, y hace que nuestro sistema circulatorio haga verdaderos estragos en nuestros ojos y articulaciones. Hay que tener calma, hay que hacerlo de manera pausada y perdiendo absolutamente el miedo a la rectificación. Créanme: borrarlo todo, una y otra vez, quemarlo o eliminarlo, no nos privará de la gloria eterna porque ese retazo ya la habrá alcanzado por siempre.
Hay que escribir con frío, con odio hacia las propias palabras (pero nunca a la correcta dicción) y hacia el hecho de vomitar nuestros sentimientos sobre el soporte. Hay que mirar hacia arriba, porque la inspiración nunca viene de arriba, y solo así lo descubriremos. Tendrá que pensar en sus padres y en todo lo que no quiere que ellos lean. Puede esperar a su muerte pero tampoco así se garantiza la gloria eterna. Le salió bien a Manrique y a muy pocos más.
Si en cambio se pretende escribir ficción, lo único que ha de hacer es entrevistar a su vecino. Nadie podrá creer semejante vida. Nunca revele sus intenciones, en el siglo XXI hay todo un engranaje alrededor de los derechos de autor que conseguirá endeudar a los hijos de los hijos de los hijos de sus hijos. También puede no tener hijos jamás pero ¿quién no querría ser el mejor padre del mundo?
Intente mantener sus pies fríos y su cabeza caliente. Enferme. Siéntase débil, intente ser odiado y amado a partes iguales. Juegue a Cluedo y no gane, se disfruta más de la euforia ajena.
Hoy es cinco de enero de 2010. Hoy vendrán los únicos reyes elegidos por el pueblo: los concejales disfrazados.
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