Se puede ser más estúpido

23:55

Posted in Du und Ich by El autor on 21/04/2010

Cenicienta estaba nerviosa. Por un momento había vuelto a su cruda realidad incluso antes de la medianoche. Estaba viviendo el momento más excitante de su vida y tenía que salir de allí cuanto antes, para evitar que todos y cada uno de los presentes descubrieran su terrorífica verdad.

De repente, Claudia se despierta. Sus sábanas están empapadas. Su frente también. Muerde sus labios, le falta la respiración. Por fin exhala un profundo suspiro y abre los ojos. Negro.

Sus ojos, congestionados, luchan contra la oscuridad buscando algo de luz, una referencia visual para dar sentido a tanto sufrimiento. El despertador digital entra en su campo visual: son las 12 menos cinco.

Piensa: me duele la garganta, me falta la respiración, tengo fiebre, tengo mucho frío. He tenido un sueño. No lo recuerdo.

Aquella noche Claudia pasó mucho miedo, presa de los delirios de la fiebre, provocada por salir al exterior más de dos minutos, sin mascarilla.

Aquel fue el último cuento sobre eras postnucleares que escribió Sebastián, mi hamster comprado por ebay.

Los dos patitos

Posted in Du und Ich, Ich by El autor on 18/04/2010

Dos patitos, en el agua, meneando su colita, uno al otro le decía, ¡ay! qué agua más fresquita. Es lo que me cantaba mi madre cuando tenía dos años para que no temiera el agua. Lo consiguió, y no sólo eso. Consiguió que creyera en lo que hago y que acabara debiéndome a mis lectoras. Consiguió que al llegar de cualquier parte perdiera algo de mi mal organizado tiempo en escribir unas líneas.

¡Hola, lectores! Hoy ha sido una de «esas» noches. Sí. Hay unas noches que no son noches, que son «esas» noches. Noches que suelen tener la misma cantidad de oscuridad que otras, que cierran los pubs a la misma hora pero en la que el tiempo pasa como quiere, cuando quiere y de la forma en que él quiere. Entonces nunca llegas a tener claro dónde empiezan o acaban, porque tampoco importa. Son «esas» noches en las que escribes lo siguiente:

17.04.2000010

Te parecerá egoista, porque lo es, pero sólo necesitaba verte para pensar en cosas como los foros de Leroy Merlín. Si algo he descubierto hoy son tus caras cuando ves fútbol. Aunque jueguen muñecos.

Será que tengo que conocerla mejor. Será. Semáforos y termómetros, jueces del cambio climático.

Mayores de 21

Posted in Uncategorized by El autor on 14/04/2010

O cómo se impuso el cordón policial. Sí, chicos, hubo un tiempo en que los botellones dominaban el país. Los chavales se organizaban para comprar alcohol, refrescos y aperitivos y celebraban una ceremonia de interacción social en todas las plazas. Existían los llamados «botellones VIP» que se celebraban en pintorescos lugares, acogedores y sostenibles. Papelera para la basura y desperdicios, fuente para el sobrante de hielo, bloques de piedra donde sentarse. Allí se daban las conversaciones más interesantes que pudieran darse en una calle y la algarabía y el regocijo lo inundaban todo. Entonces, el excedente de alcohol provocaba que al final del botellón, pudiera uno reciclar otro. Pronto esta divertida tarea mutó a pelea a vida o muerte y más tarde a batalla campal. Esto, sumado al malestar de los vecinos provocado por el mal olor que desprendían cada uno de sus portales, hizo que la empresa de limpieza presionara a las fuerzas del orden para que nada ensuciara las plazas. Las precintaron y arrebataron a los ciudadanos que decidieron beber en su casa o en los bares, en los que no podían entrar menores de 21 años, y ni mucho menos con un calzado deportivo.

Así, sólo las ferias y otras fiestas de guardar consiguen devolver el alcohol a las calles. La primavera no es un concepto, es una excusa. Y yo quiero volver a besarte.

Así intentaría recuperar algo de dignidad en días previos al festival de cine de Málaga. Han convertido la Plaza de la Merced de mi ciudad en un escaparate de baratijas. En cambio, yo tampoco hago cosas mejores. Hoy traté de conocer a los usuarios nuevamente, y después me di cuenta de que realmente son irrelevantes los estudios sobre la materia. La cultura hay que fabricarla en casa y no disfrutar de ella en lata.

Supongo que esperan una de esas brillantes frases finales. No les culpo. Eso rima con pulpo, animal de compañía. No me gusta la publicidad, lo dejo.

Hace mucho viento. El invierno, furioso por la recepción que la persona hace a tal derroche de color y luz, vuelve de donde fuere aquel lugar al que decidió marchar para avisarnos de que regresará mucho antes de que estemos preparados para golpearnos con su gélido manto de miedo, violencia y cáos.

Versículo 27 del capítulo 1, bienvenido. Salud y república.

Veinte lunas

Posted in Ich, Pablo by El autor on 10/04/2010

Mi coche tenía cinco lunas, las mismas que la chica que en aquel tiempo yo amaba. Supongo que recuerdan las formas de perder el tiempo de las que les hablé. Supongo que recuerdan que quiero escribirle a Pablito cosas del mundo que le ven crecer y que podrían explicarlo para que lo entendiera.

Bien, como hoy nada, o casi nada del mundo real aportaría demasiado a Pablito, he decidido inventarme un cuento. Hace mucho que no cuento uno, y creo que le servirá para conocer de qué forma trabaja mi imaginación. Además, me gustará hablar de la imaginación con él.

Bueno pablito, todo lo de antes es para cuatro personas que siguen este blog desde muchos años atrás a tu primera lectura. A ver, te voy a contar… La historia de cuando fui un fotógrafo del New York Times.

Todo comenzó cuando visité al Rey de las veinte lunas. Se llamaba así porque había conseguido, mediante unos sofisticados ingenios, disfrutar de hasta 20 visiones diferentes de la luna, las noches que había luna. En noches de luna nueva, el monarca se mostraba arisco y contrariado y toda su servidumbre le temía. Su devoción hacia el satélite era tal que estaba convencido de que el sol era el reflejo enfurecido de la luna al esconderse.

Yo, también fascinado por las leyendas y misterios de la luna, no dudé un segundo en ofrecerme como fotógrafo de todo aquel sofisticado y enigmático juego de espejos. Ese fue solo el primero de todos aquellos reportajes que me brindaron el prestigio que no tardé en perder jugándomelo en una partida de piedra, papel o tijera.

En ese momento, cuando lo había perdido todo, se me ocurrió la genial idea de fabricarme una falsa acreditación. Un trabajo de retoque fotográfico, una bonita foto de carnet y unos cuantos hologramas de billetes de 5 euros hicieron posible el que para mí era el más hermoso carnet de fotógrafo del New York Times.

Sólo tenía que pasear para toparme con un incidente, acercarme con mi cámara y enseñarlo al primer policía/vigilante de seguridad/guardia civil que me impidiera el paso. Mi frase era siempre la misma: yo al principio tampoco me lo creía, pero es mi trabajo. Nadie se molestaba jamás en comprobar la autenticidad de la tarjeta y, los pocos que osaban marcar ese infinito teléfono de contacto de la falsa redacción del periódico se enfrentaban al operador/robot anglosajón de turno que les indicaba que su curso de inglés a distancia había sido un engañabobos.

Así me convertí en fotógrafo (falso) del New York Times, con una tarjeta que yo mismo confeccioné y gracias a la credulidad e incompetencia de muchos agentes que además no tardaban en dar por cierta mi categoría de fotógrafo internacional en sus conversaciones. Pronto todos me esperaban cada vez que sucedía algo. Creo que ninguno de ellos leía el New York Times, porque no se daban cuenta de que no había ni rastro de la crónica social de mi ciudad.

Es en este punto cuando deberías estar más que dormido. Si no lo estás, otro dia sigo contándote cómo acabé de madrugada en el karaoke del hotel de mi pueblo la tarde que salí a cortarme el pelo.

Deicinueve cincuenta y cinco

Posted in Du und Ich, Ich by El autor on 01/04/2010

Así llaman los angloparlantes al año en que nació mi padre. Hay canciones que se disfrutan más en carretera. Hay personas que han nacido para compartir la carretera y hay vidas que parecen verdaderas carreteras. El cumpleaños de papá comenzó con un mensaje de texto en el que intenté resumir lo mucho que me costaba ser la sombra de alguien tan competente y humilde. A lo largo del día entre muchas otras sensaciones y experiencias, tuve que hacer una síntesis de un texto acerca de ustedes, encomiable audiencia, usuarios semánticos en los nuevos escenarios mediáticos.

Usaré de nuevo mi preciosa libreta negra, para contarles un poco más acerca del cumpleaños de mi padre.

Otro gran reto delante de mí: encontrar un púlsar, aunque a veces nos conformamos con un showarma con salsa y salsa. Las bandas de semana santa crean y mueven consigo sensaciones en las calles. Mi primera línea en twitter cantaba algo así como pío pío. Meses después tengo pájaros en mi libreta, pájaros en la bandeja del té, también en mi bandeja de entrada. Pájaros, siempre, en mi cabeza. La primavera, la sangre altera. Hoy cobré unos euros, y ya pensé en gastarlos en la mochila que mi cámara necesita. El relato es la única esencia de algunas realidades. El despiste no es medible y las meriendas de madrugada así como la tarta de galletas son rituales con un nivel de misticismo más que demostrado.

¿Tenéis Nescafé? Rollo… soluble, vamos.

El mayor éxito de Tenn ha sido transformar su identidad y representarla en un mayordomo mayorjoven. Paseamos ante una pastelería siciliana y me he propuesto fabricar un reloj de Tente.

– Ponle una fresa, tía.

– ¿Hay?

– Sip.

Conocí a Bobinga, la perrita con suerte. Hoy marqué números que no existen y asistí a una furia de titanes, con buitre en barandilla y caballo alado incluidos. Entendí que los pretendientes no reales acaban en la hoguera y que Pegaso no se la pega.

Pensé en un regalo digno, a tiempo, pero también caí en la cuenta de que lo mejor que podría regalarle era algo mío, y también de mí. Pensé en que me encantaría conocerle mejor y que hiciera lo mismo conmigo. Pensé que nunca lo conseguiré porque el curso normal de los acontecimientos nos lleva a no conocer todo lo bien que nos gustaría a esas personas que admiramos y respetamos, perdidos en nuestro amor incondicional.

Muchas felicidades, papá. Cuando pienso en ti vuelven a entrarme ganas de ser papá. He decidido no buscar más a la madre de tus nietos. O ya la conozco, o ya aparecerá. Creo que no hay más. Ah, sí: me han regalado una tetera, el domingo por la tarde nos vamos a beber un té tú y yo. Como las últimas maravillas que escribo, esta tampoco ha llegado a tiempo, pero tan sólo me he demorado tres horas y treinta minutos. Y no creo que nacieras a medianoche…

Te voy a poner aquí una letra de tu amigo y admirado Antonio Machín. El manisero. Es una de las canciones que más veces hemos escuchado juntos.

Sin comerte un cucurrucho…
Maní, maní, maní, maní…
Si te quieres por el pico divertir
cómete un cucurruchito de maní.
Maní…
Llegó el rico maní…
Si te quieres por el pico divertir
cómete un cucurruchito de maní.

Qué calentico y rico está,
ya no se puede pedir más…
Ay caserita no me dejes ir
porque después te vas a arrepentir
y va a ser muy tarde ya…

Maní…
Manisero llegó…
Caserita no te acuestes a dormir
sin comerte un cucurrucho de maní.

Cuándo la calle sola está
casera de mi corazón,
el manisero entona su pregón
y si la niña escucha ese cantar
llama desde su balcón…

coro:
Ya llegó el manisero
ya llegó (2 veces)
guía:
Ya llegó el manisero préstame dinero,
préstame un cartucho pa’ llevarle a Chucho

coro:
guía:
Caserita si, caserita no,
aprovecha que el manisero llegó.
coro:
guía:
Ya llegó..,
un cucurruchito rico y calentico,
un cucurruchito rico y sala’ito.
coro:
guía:
Qué manera de quererte manisero,
manisero, manisero, manisero.
coro:
(orquestra)
guia:

(hablado) Dame tu maní, toma mi maní
maní pa’ti, maní pa’mi
coro:
(hablado) Dame tu maní, toma mi maní
caserita no, caserita si
caserita no te acuestes a dormir
sin comerte un cucurrucho de maní
caserita no te acuestes a dormir
sin comerte un cucurrucho de maní
Dame tu maní, toma mi maní
caserita no, caserita si
coro:
Manisero ya se va, se va

Seamos fiel reflejo de nuestro origen, niñas y niños. Y sigamos adorando la buena música, que saca los recuerdos desde nuestros oídos.