61 Herzios
Zona franca.
Cualquiera de ustedes pensarán en un mapa electoral. Tarde o temprano toda la democracia de este país signifique para ti una circunscripción electoral y su arrogante secretaria de zona.
Quizás el presupuesto malversado del responsable de sanidad de tu comunidad (o Xunta o Generalidad o su puta madre peleando por un idioma) se muestre ante ti como la factura que debes pagar por el último viaje que dio un ser querido.
Al final todas las líneas de emergencias son de todos, como de todos es el mobiliario, la suciedad de la calle, esa farola mal conectada. Hemos creído que demasiadas cosas no eran de nadie, simplemente para no mantenerlas, para no tener que estar pendientes de su buen estado… Tanto así que de repente nos dimos cuenta de que ni la farola era nuestra, ni aquella fuente ni por supuesto aquel puerto. Nos lo habían robado todo y ahora nos cobraban, esta vez sí, un peaje por volverlos a sentir cuanto menos de todos.
Hay una zona así, una zona franca. Y la hay en todos los rincones que conocemos. Hay sitios por donde la gente no vuelve a pasar jamás. Hay tierras de nadie, en verdad existen.
Así empezaron, con esas delirantes líneas, las primeras emisiones pirata de la era de la Televisión Digital Terrestre.
De repente todos los primeros sintonizadores de TDT se acumulaban en los armarios de medio país. Ya estábamos más que habituados a nuestras nuevas teles, sin sitio en su marco para las pomposas folklóricas de años mejores. Sí, ya nadie ponía nada encima de los televisores, porque estos, en un último esfuerzo por equipararse al arte, ya lucían colgados de las paredes y alardeaban de su delgadez. Primero fueron las adolescentes anoréxicas, luego nuestros televisores.
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