52 naranjas que huelen a abuela
Y es cierto. Nadie usa los guantes de plástico que nos facilitan en el supermercado para coger la fruta. La gente prefiere tocarla, manosearla, catarla con sus propios dedos antes de meterla en el frigorífico para que se pudra. Sí, la gente es muy escrupulosa con la fruta y luego la deja pudrir en su propia cocina.
Porque la fruta que rechazan nuestras abuelas, esa que no es del todo de su agrado, es la que debemos consumir nosotros, es la madura, la rica, la jugosa.
Me siento incapaz de escribir nada que les resulte gracioso, estimada e impagable audiencia. Es por ello que no escribo, pero han de saber que sigo aquí. Ahora tengo un trabajo, y tengo algo parecido a una pareja, también tengo familia y todo ello me ocupa más horas de las que querría.
Podría contarles un montón de historias, pero puede que no sea el momento. Puedo recomendarles en cambio un montón de cosas para hacer en este crudo invierno:
– Amen todo lo que tienen cerca, todo lo que al despertar les sigue vinculando a su persona.
– Abríguense.
– No duden en protestar, en quejarse, en molestar siempre que algo no les parezca correcto.
Puede que con esos tres consejos no puedan superar un invierno, CIERTO, pero les aseguro que les ayudarán a morir con algo de dignidad.
De verdad, no son los mejores días de mi vida, y deberían serlo, pero nada es fácil, y mi inspiración ha estado lejos de mí. Ahora está cerca y tampoco ayuda mucho. No obstante les tranquilizaré: escribo mucho en mi libreta y cualquier día leerán un «53» lleno de genialidades. No pienso cumplir esos 10 días que me propuse como límite para escribir en 2010. No porque nada de lo que me propuse en 2010 me salió bien.
Miento, algunas cosas sí salieron bien.
Cuando vayan al supermercado, elijan las naranjas que huelen a abuela.
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