Se puede ser más estúpido

El Nespresso de las 6:00

Posted in Ich by El autor on 23/09/2011

Tarde o temprano tenía que ocurrir. Tras la privatización de las loterías, el servicio de correos, telefónica y la sanidad pública, solo el ferrocarril seguía perteneciendo a todos los ciudadanos.

Al principio no gustó a nadie que Nestlé adquiriera todos los caminos de hierro que durante siglos supusieron el avance y progreso de toda una sociedad, pero la verdad es que ese constante aroma a café recién hecho sepultó pronto las duras críticas.

Un servicio muy cuidado, con atención personalizada y todo tipo de atenciones distinguían al nuevo servicio ferroviario de la cafetera que con la promoción de sus productos y una política de precios muy agresiva pronto se ganó el respeto y el cariño de sus antiguos detractores, al tiempo que consiguió desesperar al consejo de administración de más de una aerolínea.

Y allí estaba el árbitro de una de las primeras batallas en la guerra de precios entre el tren y el avión, a las seis menos cinco de la mañana en el patio de andenes, junto a la vía 3. Se trataba de un señor elegante, un personaje peculiar ataviado con una larga gabardina y sombrero. Miraba su reloj y lo comparaba con el de la estación para comprobar su precisión y la realmente asombrosa puntualidad del ferrocarril.

No era sencillo cumplir los horarios tras la privatización: los frecuentes sabotajes se unían a los numerosos cortes de suministro en la red eléctrica, lo que hacían del trabajo antes sencillo y monótono un reto constante que obligaba a estar siempre alerta.

A las seis entró en la estación el Nespresso, produciéndose el circuito de siempre, con un montón de pasajeros bajando del convoy y otro montón de ellos subiendo. Intercambio de humos, gritos y el tránsito de toda clase de mercancías en un lapso de tiempo nunca mayor a dos minutos y medio. La estación se transformaba radicalmente, pasando de ser un desierto de metal y cemento a ser toda una ciudad teatral, con todos los actores en la escena.

El pajarero, la monja, los niños traviesos, el artista con sus grandes maletas; el revisor, la taquillera y aquellas señoras insoportables. Todos ellos y muchos más compartían espacio y tiempo durante esa breve parada del tren, que una vez hubo cargado, salió de la estación como alma que llevan los demonios.

El conflicto entre aviones y trenes estaba más que justificado. Los pilotos de las aeronaves tenían prohibido el consumo de café desde que la cafetera adquiriera los trenes del Estado. Algunos vieron en esta medida un simple berrinche de las aerolíneas y de los socios fundadores de estas, en guerra abierta con los ferrocarriles desde que decidieran proyectar películas de catástrofes aeronáuticas en los trayectos de media y larga distancia.

Fue la gota que colmó la taza de esos ejecutivos agresivos. Tazas llenas de odio, envidia y dependencia a la cafeína, a la que habían abandonado como medida de presión al único productor de café del planeta: su nueva competencia. Podían soportar que copiaran su modelo de negocio online, las restricciones y controles de seguridad abusivos, el modelo comercial de sus aeropuertos… Pero desprestigiar a la industria de por sí más segura a través del cine… eso superaba cualquier artimaña esperada.

Es un verdadero misterio que aquel tren entrara en el túnel de la frontera a las 6:17 y que jamás llegara a la otra boca del tubo. ¿Cómo era posible que comenzaran a desaparecer los Nespresso de las seis en punto?

Que desapareciera siempre el Nespresso de las seis en punto era cuanto menos curioso. No era un tren que llevara demasiado tráfico, pero sí era el tren que tradicionalmente se relacionaba con el amanecer, despertar de una nueva jornada y cómo no, el primer café.

Definitivamente alguien o algo había conseguido atacar a Nestlé donde más le dolía: en el «buenos días».

El antro de la Avenida 59

Posted in Ich by El autor on 08/09/2011

Allí estaba otra vez. Conectando su pequeña computadora portátil al videoproyector de la sala; esperando que todo fuera bien, que ningún cable se hubiese partido interiormente en mil pedazos.

Técnico audiovisual: la persona que más veces ve romperse un cable, o un hilo, o algo; y más veces ha conseguido empalmarlo, pegarlo, coserlo o simplemente repararlo.

Nadie sabía quién era el dueño de aquel garito. Nadie lo sabía y a nadie le importaba. Todos los clientes se habrían cruzado con él o ella en algún momento de cualquier noche pero ninguno de aquellos habría sido capaz nunca de reconocerle.

Y en medio de aquel lugar, ese señor con una bolsa llena de comida para reptiles.

Lo bueno de aquel agujero negro de la sociedad es que nadie iba a hacer extraños juicios acerca del contenido de tu bolsa (ni siquiera el portero) y también que tenían un proyector robado al multicines de la estación, con una resolución y un brillo asombrosos.

Y allí estaba, arrancando su máquina, rezando porque cualquiera de los trastornos de personalidad de su sistema operativo no saliera a la luz aquella noche.

Todo iba bien: había arrancado y la conexión con el proyector se había llevado a cabo con total normalidad. Podía ver aquella fotografía que hacía las veces de tapiz de escritorio como nunca la había visto. El software de realización de vídeo en directo también se había iniciado y los clips se veían a resolución «yelmo».

¿Qué pasa cuando se va la luz en un pub con la noche muy avanzada? Puede resultar misterioso, divertido y terrorífico a la vez. Cuando tienes todas tus herramientas de trabajo, entre las que se encuentran dispositivos de precisión… TERROR. Cuando estás ebrio, celebrando el cumpleaños de un amigo y se te ha olvidado hasta la cara de tu jefe… diversión. Cuando tienes una bolsa llena de comida para reptiles y el dueño del bar esconde reptiles mutantes arriba… misterio.

Ningún miembro de la policía científica descubrió jamás el por qué de aquella orgía de sangre, pues la única prueba encontrada en la escena del crimen fue la etiqueta de un bote de comida para tortugas. Todo el mundo sabe que las tortugas no se alimentan de carne humana. No hasta ahora.

Como tantas otras cosas en la ciudad, el local en que se localizaba aquel antro sigue cerrado, y no parece que vuelvan a abrirlo en mucho tiempo. Es un perfecto y gratuito tablón de anuncios donde los carteles de los circos tapan a los de las folclóricas, y estos a su vez ocultan los festivales de música electrónica. Aquella vieja fachada de cine, de teatro, de bar y purgatorio. Aquella vieja fachada en la que aún hoy se trafica con drogas y besos.

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