Se puede ser más estúpido

Siete millones de votantes no deberían equivocarse

Posted in Uncategorized by El autor on 02/05/2014

Joder, hoy tengo que escribir sobre todo esto. Poque si no, reviento. Sí, reviento.

Les hablaré de España en 2014. Intentaré. No pidan mucho al borracho. No pidan más que al sobrio, pues saben, el borracho nunca miente.

En el norte de África nos creemos el sur de Europa. Nos creemos civilizados, nos creemos del «viejo continente». Nos creemos, sí, pero… ¿somos? ¿Realmente somos un continente moderno, civilizado y pudiente? Permítanme que me ría de todo eso cuando más de la mitad de los llamados a las urnas no votan y cuando lo hacen participan de un sistema tramposo que ni siquiera acaban de entender. Permítanme reírme de todo ello cuando mis compatriotas se manifiestan más por un equipo de fútbol que por sus derechos.

Qué tristeza que la mayoría de mis compatriotas no tenga ya no un nivel cultural decente sino un nivel de inquietud adecuado, una mínima cantidad de sangre en sus venas. ¿Cuántos titulados universitarios distinguen un «si no» de un «sino»? ¿Cuántos? Pocos. Dirán que exagero, y que tampoco es importante una correcta dicción. Soy bastante extremista para ciertas cosas.

Vivimos bajo el yugo de un sistema cruel controlado por mediocres herederos de una élite que busca la homogeneización y el amansamiento de la oposición. La homogeneización y el desánimo popular. Protesta, sí, pero en tu puta casa. Despotrica en Facebook, y en Twitter (pero bajito). Despotrica cuanto quieras pero que no se vea en la calle, que no se note mucho. Porque si protestas, puede que estés enalteciendo el terrorismo, puede que seas antidemocrático. Puede que seas incómodo a fin de cuentas. Y cuidado si crees en una alternativa, porque no tardarán en reírse de tu utópica perspectiva. Sobran demasiados bufones en esta corte.

Porque la mayoría absoluta en este país de casi 45 millones de habitantes cuesta un poco más de 7 millones de votos.

Porque somos subnormales y merecemos cada una de las cosas que nos pasen. Por anteponer nuestro iPhone a nuestros putos derechos. Porque manifestarse no sirve para nada; porque todos son iguales, porque da igual lo que hagamos… Por toda esa complacencia. Qué alegría formar parte del rebaño, qué calentitos estamos todos frotándonos lana con lana, balando juntos, al unísono, de forma coral. Qué alegría que duela más una injusticia deportiva que una social.

Les diré lo que le dije casi entre lágrimas a una encantadora funcionaria que me dijo: «tú que tienes idiomas y formación ¿por qué no te planteas marcharte?»… ¿Por qué tengo que ser yo el que deje mi país? ¿Por qué no son ellos los que tienen que abandonar esto por manipuladores, ladrones y traidores? ¿Por qué no huyen presos del pánico aquellos que han jugado con el futuro de toda una generación? ¿De verdad tengo yo que irme o tengo que coger por el pescuezo a todos los que viven como marqueses sabiendo que hay familias que mendigan alimentos a diario?

Me dió la razón asintiendo. Pero la mayor lacra de nuestra sociedad no son los cuatro bandidos que nos han robado la capacidad, la competencia y el futuro. La mayor lacra de este país y de muchos otros sois vosotros que creéis hasta la última palabra de todos ellos, hasta la última mentira. Y creéis que esto es una crisis, como una enfermedad, y que con el medicamento de la austeridad/hachazo saldremos de ella.

Que os cunda la puta recuperación, cómplices de la destrucción.

«Era muy sencillo desahogarse desde su columna semanal en el diario de tirada nacional, escrita desde una cómoda hamaca en un apartado paraíso fiscal.»