Cuarenta y cinco milímetros
Observo a la ciudad, observo a la gente.
Intento comprender qué piensan, qué sienten y qué aman.
Una y otra vez.
Escucho los pasos, las risas, los gritos.
Las conversaciones irrelevantes y las melodías estridentes de los teléfonos móviles.
Puedo ver los interminables soportes publicitarios y las gotas sobre los charcos; recuerdo el día en que confundieron lágrimas con lluvia.
El mar enfurecido y tus ojos tristes, preocupados, ausentes.
No me gusta mi letra, me frustra detestarla y no poder hacer nada porque cambie.
Desordenada, irregular, nerviosa. Puede que ella justifique mi necesidad de fabricar poemas visuales, aunque tampoco puedo asegurar que sea realmente capaz de configurar una categoría visual desde mi mirada.
No es fácil, no ahora.
Nada nos miente más que el espejo.
Diez días
La noche en que se estrenó 10 días, se encontraban frente a sus televisores tres cuartas partes de la audiencia de la tierra. Francisco, jubilado y viudo, tenía una enfermedad terminal que le condebaba finalmente a vivir no más de diez días. Decide compartir todo el tiempo que le queda de vida con el mayor número de personas que pueda, por todo el tiempo que no pasó con aquellas que ya perdió o se fueron lejos.
Los beneficios de esa retransmisión, de ese seguimiento multimillonario eran el gran misterio que solo Francisco y dos personas más conocían, así como su destino.
Francisco se mostraba nervioso, verdaderamente tenso, preso de la ansiedad. Era el primer segundo, del final del resto de sus días. Y un número que jamás podría haber imaginado de personas, anónimas y aleatorias, estaban mirándole fijamente, admirando cada movimiento, como si el hombre hubiera vuelto a pisar la luna.
Intentaré no tardar en actualizar más de diez días. Primer mandamiento del blog de alguien que quiere presentarse como creativo.
Neunundneunzigtausendneunhundertneunundneunzig
Lo crean o no, vivimos atrapados en una constante cuenta atrás y seguramente habrá empezado en el noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve. Siempre me ha apasionado la dificultad de escribir textualmente algunas cantidades astronómicas. A partir de ciertos billones, todo pierde sentido, como lo hacen los hijos de los hijos de los hijos de varias generaciones posteriores a nuestros hijos.
Cuando se oye hablar del universo, de la materia y de todas esas preguntas tópicas acerca del origen de todo, no puedo evitar traer a mi mente la idea del árbol genealógico. Confeccionar este simbólico vegetal siempre me ha parecido una tarea absurda, equiparable a intentar anticiparse a la cuenta regresiva que supone nuestra existencia. De poco le sirve al individuo del siglo XXI conocer de donde viene, cuando ni siquiera sabe hacia dónde le llevarán sus pasos.
La sinrazón de todo ello es justificable. Lo que más me preocupa al escribir estas líneas es entender y con ello compartir cómo abordar las cuestiones metafísicas entre semana, con el estómago vacío.
Madrugue, la única forma de entender una película pasa por verla desde el principio. La relatividad que confiere la naturaleza del universo a nuestra existencia hace que madrugar sea estrictamente necesario para intentar abordar cualquier cuestión metafísica. Intente perderse en cada pregunta que le hagan; por muy simple que esta sea, concéntrese: no hay respuesta sencilla para una pregunta, hay infinitas formas de precipitarse.
Desayune, compre caramelos y escuche toda leyenda urbana que exista alrededor de ellos. Haga reír a la mujer que ama y no intente dar lecciones a sus lectores.
Le dije a mi sobrino segundo, Pablito, que le contaría cosas acerca del mundo que lo ve crecer. Si hay un detalle tierno y mórbido en visitar la casa de unos niños, es la cantidad de golosinas y potitos que siempre hay… Por no hablar de los juguetes de toda índole y las entrañables mascotas. Razones, entre otras, que hacen que pasar un rato allí sea algo siempre apasionante y que me llena de ilusión.
Llegar con los ojos brillantes y una sonrisa dibujada por el soleado cielo de una fría mañana de invierno, con la escarcha sobre el coche, los pelos alborotados y el otro día las medias de color… Con una historia que contar y otra por escribir… Eso, querido Pablo, es lo que te deseo para todas las noches de tu vida.
Pueden creerme cuando les aseguro que no daba un duro por este post cuando lo escribía en clase.
leave a comment