Se puede ser más estúpido

27

Posted in Ich by El autor on 22/05/2010

Con 27 años de edad descubrió aquella verdad aplastante:

«Las relaciones de pareja son un tablero de ajedrez. Cuando no funcionan, es porque uno de los dos simplemente jugaba una partida de damas».

Decepcionado, cerró su cuaderno y se prometió no escribir hasta diseñar un juego superior (en técnica y simplicidad) al tres en raya. De nuevo había perdido. Porque las tablas también pueden saber a brutal derrota.

– Hoy no fue un buen día para el amor.

– Ni para la pesca.

Ambos marineros, en el muelle, empezaron a reír. Se sintieron redundantes, y habían bebido un poco.

Cuando 26 tenía nombre y apellidos

Posted in Ich, Uncategorized by El autor on 21/05/2010

Antoñito Fernández Pérez era un chico simpático, atrevido y algo egoísta. Antoñito estudiaba 7º de EGB (algo parecido a un 1º de ESO) y contaba con 12 años de edad. Antoñito tenía un número preferido: el 26. Era su número de clase y, por tanto, su número de la suerte.

La noche en que Antonio Fernández fue detenido había perdido todo su dinero apostando al número 26.  Es uno más de los riesgos que entraña pasar la noche en un casino de Las Vegas.

El mayor sueño de Antonio era tener su propio barco velero, compartirlo con una mujer hermosa con una no menos hermosa ligadura de trompas practicada en una clínica privada y poder visitar de vez en cuando la casa del islote desierto de cualquiera de sus conocidos o socios.

Los sueños, sueños son, que diría el maestro, pero cierto problema hormonal privó a Andrea de poder tener hijos y después… el calendario dijo que era 26 de enero y Antonio decidió enamorarse.

No era el día más feliz de ella pero sí el día en que los bolsillos de Antoñito estaban más llenos. El dinero negro copaba cada rincón de su americana y su descarada verborrea mezclada, que no agitada, con esa suma de oscuro capital, permitieron que los planetas se alineasen y Andrea decidiera meter entre sus sábanas limpias al que doce veintiséises después acabaría convirtiéndose en su encantador pero estúpido marido.

El barco llegó así como las fiestas en el islote de Silvio, su socio italiano mejor posicionado; por supuesto no llegaron los hijos. El matrimonio de Antonio y Andrea era todo lo que la institución eclesiástica de moda podría entender por un matrimonio, de no ser porque la ceremonia fuera oficiada por un escocés disfrazado de Elvis en la ciudad de los casinos.

Qué llevó a Antonio a volver al casino donde ganó su primer millón la noche de su detención es algo que hasta ahora ninguna de las fuentes consultadas por este pobre escritor ha llegado a esclarecer, pero el caso es que Antonio Fernández Pérez, tras ser abandonado por Andrea (en cuya nota de despedida sólo podía leerse un escueto «ahí te pudras, cabronazo») decidió rehacer su vida de la misma forma en que el destino, la fortuna, la suerte, el azar o la mala puntería de una chica frágil y vulnerable la habían conducido por unos años.

En el juego, como en la vida, arriesgar no es sinónimo de ganar, pero si hay algo incontestable acerca de las leyes del juego es que el alcohol hace de la perspicacia y la intuición dos chicas que te abandonan mucho antes de verte vomitar en la puerta del garito. Y en resumidas cuentas es justo lo que había alrededor de Antonio segundos antes de que la blanca, esférica y brillante bolita de la ruleta acabara posándose sobre el tres rojo. Podría decirles que pasaban veintiséis minutos de las cinco de la madrugada, pero es un dato que acabo de inventarme.

La cantidad de Whisky consumida por Antonio junto con la debacle absoluta de su bolsillo no tardaron en convertir aquella mesa de ruleta en un verdadero polvorín. Antonio se abalanzó sobre el Crupier y lo golpeó repetidas veces sembrando el pánico entre los demás jugadores que intentaron separar la pelea. Los gritos no tardaron en llamar la atención de diversos empleados de seguridad del casino que invitaron a Antonio a que abandonara el casino, primero amablemente y después a la fuerza.

El principal problema del capitalismo no es lo injusto de su planteamiento, excluyente como poco para muchos seres humanos, sino que crea dinero de donde no lo hay, dinero invisible e inexistente, dinero que a los ojos de todos los humanos sigue siendo dinero. En Las Vegas es muy fácil encontrar dinero. Más cuando el reloj de pulsera que te sirve como referencia temporal constante vale miles de dólares y tu anillo de bodas aún más.

Así, gracias a una casa de empeño abierta las 24 horas, consiguió el dinero suficiente para volver al casino del que le habían echado, esta vez armado pero con un problema añadido: no recordar el rostro de aquellos desagradables hombres que le habían humillado delante de todos. Miró de nuevo su reloj, comprobó el estado de su arma y se dispuso a entrar en el establecimiento.

La astucia de un borracho, violento, solitario y herido puede resultar peligrosa y en el caso que nos ocupa se tradujo en la determinación de Antonio de disparar a todo empleado del casino que se cruzase en su campo visual, empezando por supuesto por el Crupier de la ruleta, sustituto del que fuera golpeado minutos antes (qué iba a saber él, todos llevan el mismo uniforme y tienen la misma cara de estar manipulando el azar).

Se tarda poco en desarmar a un borracho, pero casi nunca se pueden evitar los primeros disparos.

La pericia y el dominio en artes marciales de Jack, un ludópata bohemio y atlético, consiguieron evitar que muriera más gente dentro del casino. La policía de Las Vegas, adicta a este tipo de sucesos, no tardó en aparecer y cebarse con Antonio.

Hicieron falta el para nada desconocido número de 26 patadas para que Antonio perdiera la poca dignidad que le quedaba. Nadie puede resistirse a estarse quietecito después de que le pateen el rostro, y Antonio no iba a ser la excepción.

La vida, como saben, es una gran ruleta, una gran noria, una rueda. Los golpes, los reveses del destino, son esa fuerza centrífuga que nos intenta lanzar hacia el vacío. Los momentos de calma y algunos besos, son en cambio la fuerza centrípeta que nos mantiene firmemente agarrados a los radios, a estas vueltas que no acaban, que no acaban, que no acaban.

Apuesten, sin vicio o con moderación del mismo. Jueguen, pierdan e insistan, pues es la única forma de ganar. Eso sí, no se pongan pesados, no agobien y no disparen.

Fortuna 25

Posted in Du und Ich, Entorno social y su evolución histórica, Ich by El autor on 11/05/2010

Recuerdo que las cajetillas de tabaco de aquel tiempo, en ocasiones, tenían 25 cigarrillos. Es irónico cuanto menos llamar fortuna a un producto que mata (porque mata).  De hecho acabó con la vida del padre de mi madre y ha estado a punto de hacerlo con la del de mi padre. Yo sostengo que sería un verdadero golpe de suerte no morir de cáncer cada vez que enciendo un pitillo. Deberían prohibir la marca fortuna, por las falsas expectativas que crean en el usuario. La mayor fortuna que puedes tener, sólo si es un paquete blando, es encontrar una última dósis donde creías que tan solo había aire.

La última vez que me propuse dejar el tabaco lo condicioné a la prosperidad de una relación amorosa. No he vuelto a fumar fortuna más que para fines medicinales -veansé laxantes-.

Mi abuelo Paco, que nunca fumó con asiduidad, en los últimos años de su vida tuvo la para nada acertada idea de empezar a fumar. Para él, como dice, es un entretenimiento. El problema viene cuando no sólo la incidencia del tabaco en su organismo puede resultar letal. El comienzo del alzheimer y sus constantes ataques de sueño, que lo convierten en un bebé grande y amoroso, hacen de cada pitillo una nueva oportunidad para que muera calcinado. Nadie quiere quedarse dormidito con un cigarro en la mano, nadie quiere que ese cigarro prenda la alfombra, el sofá, la mesa y todas las fotos que le recuerdan quien fue y aún es. Nadie lo quiere, pero los estancos están llenos de gente siempre.

El mundo del cigarrillo se ha reinventado a sí mismo. Cuando el instituto nacional de estadística descubre y contempla un mayor consumo de drogas blandas (hachís o marihuana), todas las marcas de tabaco comercial sacan al mercado una versión para liar de los cigarrillos. Ahora está de moda liarse cosas, aliñadas o no. El mundo del accesorio para fumadores se ve nutrido nuevamente de papeles de fumar de todas clases y tamaños, filtros (también llamados boquillas) y por supuesto pitilleras y máquinas liadoras.

Son tan inteligentes (o malévolos) estos de la industria del tabaco que han conseguido incluso engañar a los alumnos más aventajados. ¡Sí! hay gente que se niega a fumar un cigarrillo si este viene en una cajetilla, si tiene el filtro rodeado por un papel anaranjado, si el papel es blanco… ¿Por qué? Porque como todo el mundo sabe, a las hojas picadas de tabaco, antes de su procesado final las pulverizan con más de 70 «salsas» o aromas diferentes que, lejos de matizar su sabor lo hacen un producto condenadamente adictivo y por supuesto más perjudicial. El papel blanco, además, contiene entre otros muchos elementos saludables cloro y pólvora (para que se consuma con la misma rapidez que la ilusión de la última chica a la que casi amé).

Por suerte para estos cerebritos existe el tabaco de liar, que todo el mundo sabe que para nada ha sido pulverizado con esas 70 salsas, y que, gracias a la mano de obra barata del consumidor, resulta mucho más económico.

El tabaco de liar es aquel que te hace pensar dos veces antes de cada cigarrillo. Qué digo dos, te hace pensar incluso hasta tres veces. El fumador piensa en las ganas de fumar que tiene y las pondera con las ganas de liarse un cigarro. El fumador piensa si le queda papel, y luego, finalmente, repite la operación con el filtro. Tras esos tres pasos se pone manos a la obra. La única ventaja del tabaco de liar frente al tabaco empaquetado es la de poder usar un papel de combustión lenta, que permitirá hacer otras operaciones y descuidar el cigarro sin que éste se consuma antes de que nos demos cuenta.

Pensar que el tabaco de liar es más natural, imaginar a campesinos trabajando el tabaco para su racional y responsable uso, nos lleva a pensar a su vez en esos mismos campesinos diseñando en Illustrator las bolsas, insertando los logotipos y las advertencias de sanidad y por último haciendo llegar su producto natural y, no nos engañemos, menos pernicioso a los estancos y puntos de venta habituales.

Abuelo, como te dijo el médico: a quién se le ocurre a estas alturas ponerse a fumar. Este texto es para ti, porque sé que eres mucho más inteligente que toda la gente que se niega a fumar tabaco en cajetilla, y son orgullosos fumadores de tabaco de liar. Eres mucho más inteligente que todos ellos, y más anciano, y desde aquí, querido Francisco, sólo voy a pedirte una cosa: no vuelvas a derramar una lágrima en mi presencia. No vuelvas a mostrarme lo frágil que eres. No te canses de vivir, aunque todo sea una mierda. Aunque no puedas valerte por ti mismo todo lo que desearías, aunque no recuerdes todo de la forma en que querrías ni entiendas los anuncios de la tele que hablan de veinte megas reales y router wifi gratis. Aunque todo eso te parezca de otro tiempo, y tu añores la televisión en blanco y negro, recuerda que el mundo siempre lo viviste en color y que siempre, como reza mi blog, como demuestran los fumadores concienciados de tabaco de liar…

Se puede ser más estúpido.

Niños y niñas, el tabaco es una droga socialmente aceptada, usada como arma política arrojadiza y gran recaudadora de fondos públicos. No se puede fumar en el patio de una universidad pero sí en un campo de fútbol y una plaza de toros (donde hay menores).

Obligaron a los kioskeros de todo el país a instalar una máquina expendedora porque suponía una mejor protección del menor (antes, el kioskero te tenía que dar el tabaco en la mano, ahora puede servírtelo esa máquina que, al lado de las gominolas no supone para nada cierta invitación a fumar). Ni tu médico ni tu farmacéutico quieren ayudarte a dejarlo y sólo tú y tus ganas de una vida más saludable conseguirán que abandones ese mal hábito. Se habla de gastos de sanidad, pero un muerto no suele costar mucho dinero.

El mayor reto de la industria del tabaco ahora es que las muertes dejen de ser lentas y costosas dolorosas, que sean rápidas y efectivas. Pero que antes de eso hayas visitado un montón de veces a tu estanquero, que le hayas comprado cuatro paquetes de chicles y por supuesto, que hayas flirteado con la azafata casi adolescente de esa marca que no fumarías ni en una isla desierta, ni aunque te regalara diez mecheros con su nombre, su teléfono y la palabra secso escrita en su dorso, rodeada de estrellas y adornos tribales.

Mientras todo eso pasa, hay un grupo reducido de personas que sospecha que la nube de ceniza que se cierne sobre nuestros aeropuertos es consecuencia de una mala ventilación de las salas para fumadores.

Ahora, si me lo permiten, voy a fumarme un cigarrillo. El texto ha quedado verdaderamente aceptable.

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Gracias abuelo, por inculcarme amor a los trenes, por regalarme una cámara polaroid, incluso por introducirme con mi bautismo en una confesión religiosa, ¡qué cojones, en esta religión sólo hay diez cosas que cumplir!, gracias por alejarme siempre de la comida basura, por dejarme regar contigo el césped al atardecer, por hacerme reir con tus comentarios, por enseñarme a fondear a barba de gato, por haberle dado la vida a mi padre. Gracias y perdóname ahora que cuando más tengo que estar a tu lado, más disperso y perdido me siento en ocasiones. Pero mírame, mírame a los ojos y sonríeme, agarra fuerte mi mano y no dejes nunca de besarme como lo haces.

24 Hour Trivial People

Posted in Entorno social y su evolución histórica, Ich by El autor on 04/05/2010

Aquella noche se dió cuenta de que llevaba no 10 sino 12 días sin escribir en su blog; desatendiendo de manera exagerada a sus lectores que, aunque pocos, eran bien fieles a sus escritos. Volvió a entrar en su blog y no se sintió capaz de escribir nada mejor de lo que había, por lo que decidió repasar su lista de amigos en la red social mayoritaria y hacer un poco de limpieza étnica. Así se despidió de quien no tenia valor para hacerlo cara a cara, con un simple, frío y sutil «click». Algunos le tacharían de cobarde, otros de hijo de puta, pero algo tenían en común todas esas críticas: estaban construidas sobre prejuicios y tabúes.

Hablaremos pues hoy de las redes sociales, que tan de moda están.

Una red social es una página web en la que puedes perder el tiempo, algo que como saben sólo puede permitírselo un número muy reducido de personas (aquellas que tienen tiempo). En una red social, la gente se relaciona entre sí pero con mucha más libertad. En mi caso por ejemplo, puedo meterme el dedo en la nariz las veces que desee sin que mi interlocutor se haga una imagen desagradable y obscena de mí. En las redes sociales además puedes compartir tus momentos de ocio y negocio con todos tus contactos y darte cuenta de que todos conocen a todos y a su vez nadie conoce a nadie. Las redes sociales también sirven para que las leyendas urbanas se propaguen con mayor facilidad y para que las operadoras de telefonía y las marcas de bebidas alcohólicas se salten toda legislación acerca del rango de edad al que pueden dirigirse.

Una red social, además, sirve para ligar. Ninguna red social está libre de esas prácticas por la sencilla razón de que el hombre es un animal social y necesita relacionarse y no sólo entablar interesantes conversaciones. También necesita otras cosas y esas cosas también pueden conseguirse en una red social.

Hay redes sociales orientadas especialmente al flirteo, el coqueteo y la cita fácil. Redes sociales a las que he pertenecido o pertenezco y que en estos días inciertos de bricolaje y reformas me ayudan a sobrellevar mejor el abandono de varios de mis desconocidos más queridos.

Nunca olvidaré cómo conocí a Jéssica. La conocí en el foro de una gran superficie de bricolaje, en la web de Leroy Merlín para ser más exactos. Yo buscaba la solución a un defecto de fábrica de la puerta de mi cobertizo, y ella preguntaba cual sería la mejor broca para taladrar una superficie de pladur. No tardamos en quedar para poner en común todo lo que habíamos aprendido entre aquellos pasillos. Las tardes de los jueves eran mis preferidas. La megafonía estaba a un volumen prudente y los jefes de sección te atendían con una amabilidad exquisita.

Tras un par de conversaciones por internet, todo estaba preparado para nuestro encuentro. Quedamos en el pasillo cuatro, al pie de los interruptores.

Allí estaba ella, con una bombilla de bajo consumo en su mano izquierda y un botecito de pintura en su mano derecha, mirando los interruptores como si realmente le interesara alguno. Yo me acerqué sintiendo cómo mi respiración se aceleraba conforme sentía el aroma de su perfume de Nina Ricci. Al llegar a su lado le dije: Ese es justo el color que necesita la puerta de mi defectuoso cobertizo.

Por supuesto acabó estrenando conmigo el cobertizo y no supe más de ella hasta el día en que nacio nuestro hijo. Fue entonces cuando cerré las cuentas de todas mis redes sociales: ya había encontrado a la madre de mis hijos.

Me interesa la vida de la gente sólo cuando ellos me la cuentan. Tu perfil bueno es el que no se ve en las redes sociales.

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