Cantando las 40
Hacía demasiado tiempo que no recibía una carta. Las innumerables muestras de respeto y cariño que le profesaban los bancos, las compañías eléctricas y de seguros no eran precisamente lo que un humilde escritor esperaba con ansiedad al abrir su buzón. Atrás quedaron, mucho atrás, las felicitaciones de amigos, enemigos y admiradores secretos. La cartera volvió a llegar, impuntual como cada lunes pero con una sonrisa y una energía que hacía languidecer a cualquier destinatario con el que se cruzase.
– Buenos días señor Valdellós.
– Buenos días, mensajera del estado.
– Hoy mismo recibimos un paquete para usted: es enorme; lo traerán a la tarde en la furgoneta. ¡Que tenga un buen día!
¿Cómo?, ¿Un paquete enorme? Al reponerse del impacto que la frase le provocó, pensó en Prosinecki y en muchos otros con la clara intención de no sucumbir ante la intriga y la ilusión que la idea de recibir correspondencia lo suficientemente grande para que no pudieran hacérsela llegar en vespa creaba en su ser.
Entró en casa, preso de la emoción y subió las escaleras hasta su habitación. Como en otras ocasiones estuvo a punto de morir cuatro o cinco veces debido al número exagerado de zapatos, calcetines y aviones de papel que había sobre el suelo de toda la estancia. Miró a su alrededor y pensó que había sitio suficiente para que entrara allí ese gran paquete. Se calmó, encendió un cigarro y comenzó a escribir:
«Hacía demasiado tiempo que no recibía una carta. Las innumerables muestras de respeto y cariño que le profesaban los bancos, las compañías eléctricas y de seguros no eran precisamente lo que un humilde escritor esperaba con ansiedad al abrir su buzón. Atrás quedaron, mucho atrás, las felicitaciones de amigos, enemigos y admiradores secretos. La cartera volvió a llegar, impuntual como cada lunes pero con una sonrisa y una energía que hacía languidecer a cualquier destinatario con el que se cruzase.»
Antes de que pudiera escribir un par de líneas de diálogo ya tenía a su madre cantándole las cuarenta. El caótico desorden que reinaba en su escritorio, en el suelo de su baño y en la nevera de su vecino habían colmado la de por sí resentida paciencia de su progenitora. Ella no iba a permitir la entrada de ningún otro paquete en casa. El cloroformo se presentaba como la única solución rápida. Nunca intenten sedar a una madre si no saben de lo que están hablando.
¿Cómo sedar a una madre y no sentirse mal? Es otra de las preguntas para las que ni siquiera él tenía una respuesta clara. No obstante, el bote de cloroformo estaba tan a mano y los carteros tan cerca que no había tiempo para considerar otras opciones menos ilegales. Recibiría su ansiada correspondencia, retiraría todo embalaje y recogería aquello que a su madre tanto le enervaba… Su madre se despertaría y todos los problemas habrían acabado.
– Te he dicho que aquí no va a entrar nada hasta que no recojas esto…
Su vista se nubló, le fallaron las fuerzas y cayó sobre su escritorio. Su madre retiró la gasa de su rostro. Ella había vuelto a ganar.
39 que parecen 19
Los años no pasan en Valdi, una hamburguesería clásica del centro histórico de la ciudad que me vio nacer. Juventud divino tesoro… Todos hemos oído esas frases alguna que otra vez, incluso sin la variación con claras pretensiones publicitarias. La verdad es que si hay algo cierto en toda esta amalgama de palabras sin sentido es que nos damos cuenta de las cosas tarde, por norma general, y no solemos valorar lo que tenemos.
Eso no le pasaba a Lois Lane. Ella había sido la única mujer que consiguiera arrebatarle el corazón al extraterrestre más atractivo pero inocente que jamás pisó nuestro planeta.
Como escribiera el genio en alguna ocasión, «si te ligas a Superwoman, algo de Superman se te queda». Algo parecido le pasaba a Lois aquella noche. Los años habían pasado, su hombre se había marchado a arreglar las cosas en otras galaxias y aquí estaba ella, víctima de su carácter, de sus reglas del juego.
Lois le puso las cosas muy claras: «esos calzoncillos no van por fuera y yo necesito mi espacio». A un ser de otro planeta no puedes hablarle del espacio sin que interprete tus palabras astronómicamente. Superman, terriblemente enamorado de Lois y ante las demandas de «espacio vital» de ésta, desapareció, poniendo tierra-luz de por medio.
En ese momento, tanto Lois como Clark descubrieron una verdad aplastante que aún hoy vive disimulada dentro de algunos centros comerciales: las mujeres nunca están contentas.
Y no lo digo yo, estudios independientes que ya certificaron en su día que el Actimel es mejor que Diamel y Hacendadomel, corroboran esa frase, a priori, tan machista.
Aquella noche fueron 39 el número de infracciones de tráfico que cometió Lois. Hay infinitas infracciones al día y para poner fin a todas ellas en un radio de unos 150 metros a la redonda solo hace falta una pareja de la Guardia Civil.
Una pareja de la Guardia Civil, para los más aventados, son dos personas uniformadas y motorizadas que siembran el pánico y convierten el lugar donde se encuentren en el sitio más tranquilo, pacífico y legal del mundo. Son junto a los Jedi, las únicas personas autorizadas para poseer un sable de luz y desmantelar todo tu coche (eso sí, de muy buenas maneras). También son los únicos que pueden merodear armados por lúgubres parajes después de la puesta de sol y suelen hacer muy buenas migas con los hosteleros de los pueblos por los que patrullan. Podrán reconocerlos gracias a su imponente bigote coche patrulla o a su color verde olivo.
Lois, periodista sagaz e intrépida sabía cómo salir de la cuanto menos delicada situación a la que se iba a enfrentar: Había recibido el alto de la Guardia Civil.
Ser capaz de flirtear como una chica de 19 años cuando tienes 39 no parece difícil. Difícil es en cambio que, al salir del coche para que el agente lo registre, realmente luzcas un cuerpo de 19 años y no de 39. Artesanía de bisturí. Todo es posible en este pueblo, pensó el otro agente cuando descubrió todo tipo de armas y restos de sangre en el maletero de nuestra periodista.
¿Dónde estaba Superman? Lejos, muy lejos, a años luz de nosotros, de ella. Porque aunque seas Superman no vas a estar todos los días cambiando el sentido de rotación de un planeta para tener contenta a una mujer. Aunque es justo lo que ellas quieren hasta que lo ven excesivo, claro.
Las mujeres nunca están contentas y nosotros seguimos con los calzoncillos por dentro. Está claro que todo es culpa de todos.
Entre 3 y 8 gatitos
La noche en la que tuvo que atornillar aquel enchufe con su reloj automático no había nada que le saliera mal. Luego se preguntó hasta dónde llega el poder diabólico de los gatos negros cuando, volviendo del trabajo en su automóvil, una de estas oscuras criaturas se cruzó en su camino.
Todas las noches nacen gatitos, suelen ser camadas de entre tres y ocho. Los gatitos son unos seres preciosos, sobre todo cuando son pequeños. En este sentido se parecen un montón al atornillador. Los destornilladores en cambio, cuanto más pequeños más ardua se hace su manipulación.
La palabra rúbrica es de mis preferidas. Como dice Jon Rivero, es excelsa, majestuosa. En inglés me apasiona «amazing» y me llena de suspense la imagen del mayor enemigo de los gatos (que no de los roedores) pronunciando la expresión «I love You» (te amo, en inglés).
Hay campañas publicitarias que no se podrán realizar dentro de algunos años. Existe una de hecho que promete reintegrarte el coste de tu paquete vacacional si llueve durante la estancia. Esto no puede acabar bien.
El camino por la realización profesional tiene sus riesgos. Para ser el mejor haciendo tu trabajo, el único camino válido es de la obsesión. Este camino pasa por el embarcadero del perfeccionismo. El síndrome de Florencia es una de las consecuencia más comunes.
Los gatos ocultan sus uñas y eso no está bien. Palabra de roedor.
37 grados a muy mala sombra
Ese calor no era natural, pero ya estaba acostumbrado a lo antinatural. Desde que naciera, de hecho, nada había parecido seguir el sendero de la normalidad. Ahora estaba en aquel sitio maravilloso, con 37 grados a la sombra, respirando fuego y sin un mechero. Eso le condenaba por encima de cualquier otra cosa. Era preso de su vicio, y debía hacer aquello para lo que nunca acabaron de instruirlo: pedir ayuda.
Si algo le gusta en cierto modo, ese algo era dramatizar y exagerar las cosas. Realmente sólo tenía que pedir fuego cada vez que quisiera fumarse un cigarro pero aquella mañana parecía haber aterrizado en el planeta de los no fumadores. De hecho, tras quince minutos mirando a uno y otro lado, empezó a aterrorizarse: no era un planeta de no fumadores sino de ex-fumadores.
Todo el mundo sabe que en este universo sólo hay algo peor que un no fumador, y ese algo es un ex-fumador.
Lo ex-fumadores (en adelante «exs») son esas personas que miran por encima del hombro a todo adicto con el que se cruzan. Son personas sin corazón que curiosamente alardean de tener mejor salud cardíaca que ningún otro ser humano, aunque consuman cocaína y tengan las arterias llenas de triglicéridos… Ellos no fuman, ellos tienen un corazón de roble.
Dos segundos antes de que empezara a llorar, a lo lejos, en una esquina de aquella inmensa plaza, pudo distinguir la figura de una chica disponiéndose a encender un cigarrillo. Sin pensárselo dos veces y antes de acabar esta frase, estaba casi encima de ella, con el rostro desencajado por la carrera y los ojos vidriosos, a punto de estallar.
La chica, como no podía ser de otro modo, se horrorizó al verlo y su primera reacción fue la de huir, huir muy lejos, lo más lejos que pudieran permitirle sus piernas. Él, consciente de que era quizás la última oportunidad de encontrar fuego aquella mañana de fuego, la agarró del brazo y le suplicó en cuatro idiomas algo de caridad. Sólo quería unas gotas de gas que prendieran aquel cigarro, ya arrugado y húmedo. Sólo eso, había descartado por el camino la idea del amor eterno y por supuesto la de una cooperativa agrícola. Sólo quería fuego, sólo quería encenderse ese maldito cigarro, dar unas caladas ya sin ganas y pisotearlo con toda su ira. Sólo eso, una poquita de lumbre para ese pitillito del demonio.
Entonces ella lo entendió todo; le miró, sonrió con complicidad y corrió como si le fuera la vida en ello.
Fue así como tomó la decisión de comprar su primer encendedor en territorio extranjero.
Pero supongo que ustedes no han venido aquí a leer muchas de las infinitas formas que existen de aterrorizar a una extranjera.
¿Y a mí qué me importa?
Ciertamente se empezaba a cansar de ser un imán del hedonismo. El hecho de ser un saco de morbo del que todas quisieran probar hasta sentirse saciadas empezaba a superarle. Y no sólo porque él fuera insaciable y siempre quisiera algo más sino por la imposibilidad que todos esos encuentros le crearían a la hora de discernir entre el amor verdadero y el sexo de casi un sólo uso.
Por ello tomó la determinación de no comprar más mecheros.
Empezó a robarlos. Empezó a robarlos y a huir del calor. Engañar a un agente inmobiliario ruso es complicado, pero no es imposible. En quince días recibió en su casa toda la documentación firmada por el notario y el agente, preparada para que él la rubricara.
Y así es como el termómetro que décadas atrás adquiriera en aquel destartalado puestecillo ambulante del Rastro de Madrid, no volvió a pasar de los 19 grados centígrados, ningún día del año.
¿Quién no querría ser estanquero en Rusia?
36 trabajos (antes conocido como 36 reintegros)
Este relato se concibió en una sucursal de una caja andaluza, antes de que todas ellas se juntaran (o juntasen) y todo esto dejara de tener sentido.
No eran ni de lejos 36 el número de trabajos que durante todo el año tuvo que realizar, pero de seguro para él ahora parecían incluso más de 36. A donde quiera que mirara encontraba demasiadas tareas pendientes, zarcillos que también puede decirse. Y una de esas tareas era nuevamente actualizar aquel viejo blog.
Para ello seguía apurando las indeterminadas páginas restantes de su libreta, pues comprar una nueva era también otra de esas tareas. Al fin y al cabo, cuanto más definamos y coordinemos con cierta destreza nuestra improbable inexistencia, más probabilidades le damos al azar de aparecer llevando de la mano a su prima la casualidad y jugando con todos nuestros perfectamente coherentes planes de presente.
Aún así descubría no con poco asombro que toda visita a una oficina bancaria era capaz de ayudarle a crear nuevas historias que por lo menos a él le entretenían y no parecían disgustar a los demás. Definitivamente había dejado atrás el canibalismo.
Su mesa era todo un desastre. En muy pocos centímetros cuadrados podía verse (en orden de percepción y de izquierda a derecha): incensario con cabeza de algo parecido a un dragón, de madera, lector de tarjetas de memoria, lápiz del ikea (ahora que está de moda el product placement hasta en los libros), boquilla regalada por un guardia civil, hub usb de la conferencia de software libre de Málaga, corazón blandito, bolígrafos, mecheros, chapitas, pilas, caramelos, fundas de gafas, tanga salido de una máquina expendedora de tangas, taza preciosa de un bar, discos duros, escáner, radiocassette, libretas, libros, una venda, cable firewire, reloj, ticket del saböa (bar genial) y muchas cosas más.
Por tanto, a estas alturas de la historia aún no había ni tan siquiera podido sacar su libreta de su bolsillo.
Decidió desnudarse y dormir. Por hoy había sido suficiente. Aunque como dice el agente secreto más famoso del mundo producido por Broccoli… nunca es suficiente. Incluso él podría trabajar en El Mundo. Por lo pronto, pensaba entregar toda esa basura corporativa y conformarse con una suficiencia.
Si algo ha cambiado en las relaciones de pareja es que éstas se miden más por compatibilidad que por desgaste.
35 segundos
Lo que aguantaron nuestros labios al acercarse
mientras nuestros corazones saltaban en nuestro pecho;
treinta y cinco segundos los que soporté
no estar más cerca de ti.
Ahora que todo eso pasó,
ahora mismo,
sólo puedo pensar en volverte a besar.
El recuerdo, el sabor y el tacto de tu piel bajo mis dedos,
tu respiración y mis labios húmedos
fundiéndose con los tuyos.
Me llamarás cochino, lo sé.
Y yo lo refutaré
treinta y cinco veces, al menos
hasta llegar a ningún acuerdo,
hasta admitir que todo esto fue culpa de los dos
que todo esto no se diera antes
que todo esto, con una fecha de caducidad mal etiquetada
fuera capaz de superarnos.
Porque no se llenan 35 versos con 35 noches, ni siquiera con 35 besos
y mientras el tiempo pasa,
nuestros pensamientos juegan con otras reglas
que no vamos a ser nosotros los que las entendamos
ni por tanto los capaces de infringirlas;
porque ya se sabe:
para transgredir la norma,
primero hay que conocerla y dominarla
y ni siquiera nos conocemos aún.
Por suerte tengo un plan
y te confieso, al besarte yo era un flan.
Es tan sencillo que asusta
porque la sencillez asusta:
dedicaré mis soles y mis lunas
a conseguir que también sean tuyos,
eso sí, de una en una.
Ese es mi plan. Si lo quieres, es tuyo.
—
Supongo echan de menos al escritor ebrio que escribía sobre palizas en casinos o cadáveres en tiendas de alimentación oriental. Está de vacaciones. El millón y medio de visitas a la hora de este blog le ha consagrado como bloggero en Papúa-Nueva Guinea donde no para de dar conferencias. Yo, un humilde poeta de complejos desmedidos, me encargo de actualizar a muy buen precio este insensato blog.
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