Se puede ser más estúpido

80 pandemias después de aquel adiós.

Posted in Uncategorized by El autor on 13/09/2020

Aquel pitido se comió el mar. La detonación enmudeció la orilla, y pueblos mar adentro. El silencio fue.

Olas. Olas gigantes, cíclicas y coherentes. Golpes de mar. Paraíso terrenal.

La soñaba a cada tarde de espuma de sol. Ese nublado que no era tal justo a la huída del sol.

Cuando acababa el verano dejábamos de hablar de puestas para hablar de huídas de sol. Anhelábamos con cariño los primeros rayos de la primavera que empezaban en el otro hemisferio.

Cerraron las playas. Cercaron los parques.

Mascarillas, codazos, malos vicios, grandes personas.

Borrador rápido 77

Posted in Entorno social y su evolución histórica, Uncategorized by El autor on 04/08/2018

Son las cinco de la mañana y el terrorismo islámico azota Europa.
Son las cinco de la mañana y mañana no sé si me dará para el café.
Son las cinco de la mañana y ayer volvió a ser ayer.
Son las cinco de la mañana y los niños siguen perdiendo sombras en sus pueblos.
Son las cinco de la mañana y cada vez se ven más sombras sobre los pueblos.
Son las cinco de la mañana de hoy, porque mañana será otro día.
Son las cinco de la mañana y yo puedo escribir esto mientras todos duermen.

76 correos no deseados. Fuego y tinta.

Setenta y seis correos no deseados. Todos míos. Aquella mañana de fuego y tinta. La segunda de cuantas mañanas de cuantas semanas el cuerpo aguanta. Aquella mañana intercambié fuego por tinta. Aún no sé quién salió perdiendo. Con la tinta pudiera haber escrito cuantas sensaciones revolvieron a mí sin previo aviso, entre asépticas poses e inaguantable desesperación. Como la consulta de cualquier médico más enfermo que todos sus pacientes juntos.

Y ahí estaba frente a la dueña de todas sus libretas. En términos prácticos de la misma manera que le había dejado ella hacía nueve años. Hecho una uténtica mierda. Algo o alguien que parecía auténtico hasta que descubrías que todo era un fraude, una fachada. Facha viene de fachada, ¿no?

Alguien que vivía un cuento, una fantasía. Alguien que con tanto insomnio tras su sombra no puede más que acabar perdiendo el sueño en algún momento.

Dicen que el amor es loco. Y hay locos que aman como locos, y eso, en ocasiones es delito. Delito de locos. Eso es lo más poético que puede decirse de ciertos tipos de amor.

Calle Amores.

Cumpleaños total. Familia de verdad. De sangre, tabernas, pesares y bondades. Soplar una vela y desear que todo permanezca igual. Jam republicana y reencuentro con mi mar. Con mi mar de amores. Con mi mar Mediterráneo.

La dueña de sus libretas agradeció la intención de crear un momento divertido. Un gesto. Una firma. Quizás para dejar a la jueza constancia de su presencia en un mar recuerdo, mal recordado y peor descrito.

Hablando del amor estábamos. Si funciona, no lo toques, como dicen los técnicos. Y si no falla es que aún no lo has tocado del todo. Como dicen los técnicos electrocutados.

transcripción.

Antes de que se vaya la reina de la pista dale medio pollo.  – Quizás me gusten mucho las mentes, esa incertidumbre de entender o no algo tan simple, sin darme cuenta. – Se me sale el pecho cada vez que te veo. Se me sale el pecho. Papel, azúrcar. Spaguetti. Preguntó a a la dueña de todas sus libretas. Búscame en el SPAM. Ella. Tras la firma.  «Ha acabado en una bien, pura y digna vida. Se alegra por lo de digna. A él solo le falta el Sms. Todo lo demás lo ha probado todo. La reina de la DGT le habla. Le dice que la deje tranquila. No le gustó despedirse de un cuñado. Soy la libreta y puedo morir. No al libro electrónico. La libreta se rebela. Las fotos se revelan.

ImproSession en el ojopatio del patio de luces. Sueño. Suelo. Espejo. Timbal. Guitarra y voz. Siesta y una libreta vacía. No sabe cuántos años lleva sin tener nada que decir.

Sin embargo yo elegí fuego. En este curioso juego en que se convirtió volver a revivirlo todo 48 horas después y llegar antes que nadie al futuro Velvet. Y solo verte entre las calles como ese recuerdo suspendido como nieve que se desliza sobre hielo. Culebrillas nerviosas. Anguilas eléctricas recorriendo mi cerebro. Recuerdos y acordes que solo los flashes que configuraba el técnico de luces de la nueva sala y Daft Punk pudieron controlar.

Y sin embargo yo elegí fuego en nuestro trato. Y mientras me terminaba de liar mi penúltimo cigarrillo del día y descubriendo una vez más que fumaba, me percaté de que no tenía cómo encender aquel primer cigarrillo de la mañana. Ahí empezó el trato y se terminó de sellar cuando, desesperado, se levantó en medio del bus pidiendo un bolígrafo y para mí fue inevitable darle el mío. Y la tinta fue de él. Y no le dejé devolvérmela. Cuando una tinta se entrega ya no ha de escribirse de nuevo con ella. Toda mi tinta es suya ahora.

Una anciana volvía a desvanecerse en el autobús. 35 minutos al sol dentro de un vehículo lleno de personas sigue siendo letal para una persona anciana en pleno siglo 21. Hace 20 minutos que he dado mi tinta y no puedo escribir sobre lo que está ocurriendo.

Piden desesperado un médico, o alguien que sepa qué hacer mientras el chófer y sus maniobras convierten al pasaje en una ambulancia de unas 50 toneladas en medio de un mar de coches frente a la dársena de Aduana.

El contestador de todas aquellas compañías telefónicas finalmente me hizo más caso y me acompañó más que dos doctores juntos el día que me desmayé en ese inmundo autobús tercermundista lleno de pobres de derechas. Y dos médicos. Y ninguno se levantó, porque el bus iba en marcha. Es complicado desamayarse en un autobús nórdico matriculado en cualquier otro lugar.

Ella puso su rúbrica sobre la octava libreta y la tierra firmó con lava al otro lado del planeta.

Borrador rápido nº 73

Posted in Uncategorized by El autor on 09/03/2017

Como se dice en estos casos,
disfruta de eso mientras dura.
Más dura será la caída,
como se dice en estos casos.

De eso que te mantiene en vilo.

Hasta que no haya más, a lo que de.
Más dura será la caída
No te olvides de que nunca fue:
hasta que no haya más, a lo que de.

Con piedras se marca el camino.

Como se dice en estos casos,
agua que no corre no mueve molino.
No te olvides de que nunca fue,
y que tu métrica del caos…
… embriaga más que el vino.

Siete millones de votantes no deberían equivocarse

Posted in Uncategorized by El autor on 02/05/2014

Joder, hoy tengo que escribir sobre todo esto. Poque si no, reviento. Sí, reviento.

Les hablaré de España en 2014. Intentaré. No pidan mucho al borracho. No pidan más que al sobrio, pues saben, el borracho nunca miente.

En el norte de África nos creemos el sur de Europa. Nos creemos civilizados, nos creemos del «viejo continente». Nos creemos, sí, pero… ¿somos? ¿Realmente somos un continente moderno, civilizado y pudiente? Permítanme que me ría de todo eso cuando más de la mitad de los llamados a las urnas no votan y cuando lo hacen participan de un sistema tramposo que ni siquiera acaban de entender. Permítanme reírme de todo ello cuando mis compatriotas se manifiestan más por un equipo de fútbol que por sus derechos.

Qué tristeza que la mayoría de mis compatriotas no tenga ya no un nivel cultural decente sino un nivel de inquietud adecuado, una mínima cantidad de sangre en sus venas. ¿Cuántos titulados universitarios distinguen un «si no» de un «sino»? ¿Cuántos? Pocos. Dirán que exagero, y que tampoco es importante una correcta dicción. Soy bastante extremista para ciertas cosas.

Vivimos bajo el yugo de un sistema cruel controlado por mediocres herederos de una élite que busca la homogeneización y el amansamiento de la oposición. La homogeneización y el desánimo popular. Protesta, sí, pero en tu puta casa. Despotrica en Facebook, y en Twitter (pero bajito). Despotrica cuanto quieras pero que no se vea en la calle, que no se note mucho. Porque si protestas, puede que estés enalteciendo el terrorismo, puede que seas antidemocrático. Puede que seas incómodo a fin de cuentas. Y cuidado si crees en una alternativa, porque no tardarán en reírse de tu utópica perspectiva. Sobran demasiados bufones en esta corte.

Porque la mayoría absoluta en este país de casi 45 millones de habitantes cuesta un poco más de 7 millones de votos.

Porque somos subnormales y merecemos cada una de las cosas que nos pasen. Por anteponer nuestro iPhone a nuestros putos derechos. Porque manifestarse no sirve para nada; porque todos son iguales, porque da igual lo que hagamos… Por toda esa complacencia. Qué alegría formar parte del rebaño, qué calentitos estamos todos frotándonos lana con lana, balando juntos, al unísono, de forma coral. Qué alegría que duela más una injusticia deportiva que una social.

Les diré lo que le dije casi entre lágrimas a una encantadora funcionaria que me dijo: «tú que tienes idiomas y formación ¿por qué no te planteas marcharte?»… ¿Por qué tengo que ser yo el que deje mi país? ¿Por qué no son ellos los que tienen que abandonar esto por manipuladores, ladrones y traidores? ¿Por qué no huyen presos del pánico aquellos que han jugado con el futuro de toda una generación? ¿De verdad tengo yo que irme o tengo que coger por el pescuezo a todos los que viven como marqueses sabiendo que hay familias que mendigan alimentos a diario?

Me dió la razón asintiendo. Pero la mayor lacra de nuestra sociedad no son los cuatro bandidos que nos han robado la capacidad, la competencia y el futuro. La mayor lacra de este país y de muchos otros sois vosotros que creéis hasta la última palabra de todos ellos, hasta la última mentira. Y creéis que esto es una crisis, como una enfermedad, y que con el medicamento de la austeridad/hachazo saldremos de ella.

Que os cunda la puta recuperación, cómplices de la destrucción.

«Era muy sencillo desahogarse desde su columna semanal en el diario de tirada nacional, escrita desde una cómoda hamaca en un apartado paraíso fiscal.»

Uno entre 680.000 fans

Posted in Du und Ich, Uncategorized by El autor on 27/04/2014

Así me siento cuando te pienso. Me siento como uno más de los seiscientos mil que alguna vez te desearon hasta los tuétanos. Y es que es imposible no despojarse del alma de uno cuando se te tiene delante la primera vez.

Misteriosa, completamente desconocida. Recuerdo de unas risas y miradas compartidas. Ternura, empatía, absoluta dulzura. Humildad y una sonrisa y unos ojos que deslumbrarían a la luna.

No sabes el miedo que me daba marcar tu número, no tienes ni idea. No es fácil, de verdad. Me gustaría verte en ese papel.

No es fácil, no, esto de estar al otro lado del silencio. Pero el hecho de que todas las opciones posibles sigan ahí es cuanto menos apasionante.

Perdona mi insistencia, mi impaciencia… Soy demasiado dado a la intensidad y no soporto la incertidumbre. Pero de verdad, ya no insistiré más. Conseguiré perderte antes de ganarte.

Nunca antes de ahora había sentido este remolino interior ante la mirada de nadie. La risa nerviosa me invadía cuando me sonreías. No podría pasar de algo así ni siquiera bebido. No me perdonaría dejar pasar la oportunidad de seguir conociéndote. De saber hasta dónde me soportas, hasta dónde te revoluciono también yo.

Seré el 574.000, el pesado, el excéntrico, el encantador, el loco, el viejo, el charlatán, el culto. Sería cualquiera de esos 680.000 si consiguiera con eso volver a sorprenderte, volver a robarte la sonrisa, las palabras y algún minuto.

No voy a culpar a la primavera de esto, yo soy el único culpable de querer descubrirte y alegrarte los amaneceres.

Y no se me ha ocurrido mejor manera de contártelo que enseñándote mi blog.

Y es que, este amanecer de domingo también te pertenece un poco.

Si todo esto te aterra en lugar de conmoverte descuida, a mí me da más miedo que a ti.

Una laguna de 6,7 metros de profundidad

Posted in Uncategorized by El autor on 26/04/2014

Mediodía. Mediodía del tardío. Son las 15.00, o deben serlo. No sé dónde está mi reloj. Mi teléfono no ha sonado en toda la mañana, debe estar sin batería. Puedo saborear restos de tabaco, acohol y kebap. Me doy verdadero asco. Estoy desnudo. Estoy desnudo y abrazado a mi exmujer. ¿Cómo he llegado aquí? Duerme plácidamente, igual que cuando nos amábamos.

Bien, muchacho, ya sabes cómo funciona esto: todas las películas de robos supersofisticados y espías soviéticos te han enseñado a huir de una cama sin despertar a tu compañera. Es el momento de poner en práctica todos esos sutiles movimientos de serpiente y buscar tus pantalones.

Suelo ser muy ordenado, no me gusta dejar rastro y si no me equivoco debería encontrar mi cuaderno, mi bolígrafo, mis tarjetas de transporte, mi reloj, mis monedas y las llaves en algún rincón de la habitación. En el mejor de los casos, aún en mis pantalones.

Salgo de la cama. Acabo de pisar un preservativo. Lo siento, chicos: calle sin salida. Lamo mis dedos con la poca saliva que hay en mi lengua. Me froto los ojos. Ahora me pican más pero puedo ver con cierta claridad. Sigo sin recordar cómo he llegado aquí. Ni siquiera sé dónde estoy. Mi exmujer cambia de casa como de bragas; incluso más.

Le doy los buenos días a una mujer en el portal. Me mira con desprecio. Mi apariencia es lamentable. Creo que lo que más le molesta es el hedor a coño que emana de mi barba. Ese olor no se va con facilidad. Tampoco es fácil llegar a él pero ahí está. Espero no tener que saludar a nadie de camino a casa.

Ya sé donde estoy. Al menos estoy en mi ciudad. Camino hacia el oeste. Hay una estación de bicicletas cerca. Me veo con fuerzas. El paseo me despejará. Echo mano de la tarjeta bicicletera. Sale un pequeño cartoncito de mi bolsillo con el nombre de un garito y el número de una chica. Entiendo que es la relaciones públicas. No hay sitio para escribir más. Lo tiro en la primera papelera que encuentro.

Empiezan a llegar flashes de anoche. Intento encajar las piezas. Repaso la noche hora tras hora, paso tras paso. Recuerdo risas, conversaciones, reencuentros, mensajes tardíos. Me duele la cabeza, el esfuerzo es grande. Daría mi vida por unas gafas de sol.

Tengo lagunas de casi 7 metros de profundidad en las que nadan huérfanas mis conversaciones y andares de la noche anterior. Lagunas que ahogan besos, miradas y sonrisas. Lagunas con prohibición expresa de baño. Lagunas llenas de remolinos donde encallan mis recuerdos. Puede que mi cuaderno me ayude a reflotar algunos. No es una tarea sencilla. Cada uno de esos recuerdos hundidos yacen en el fondo de la laguna como algas carnívoras, esperando el despiste del submarinista. Cada uno de esos recuerdos podría atraparme y ahogarme.

Hay lagunas que es mejor mirar desde la orilla.

Sesenta y seis excusas para mi editor

Posted in Uncategorized by El autor on 25/03/2014

Decidí hacer un catálogo de frases para ofrecerle a mi editor en sus llamadas semanales. Eran una suerte de excusas, frases hechas y pasajes de mi cuaderno de notas (sí, lo estaba malacostumbrando con esa obra de arte).

Casi nunca me respondía mal, y nunca le oí renunciar a este proyecto. Pero me sabe mal saberlo tan brillante, y a mí tan vago.

Algunos ejemplos:

1. Es una mierda muy desagradable.

12. No creo que nadie quiera malgastar un minuto de su tiempo en leer esta porquería desordenada.

25. Ya sabes que no puedo trabajar bajo presión.

44. Son demasiado malas, de verdad.

20. En serio tío, iba a ser una historia sobre dos señores que se peleaban por los derechos de los antiguos pensionistas y los nuevos.

38. Se está convirtiendo en un funeral.

14. No he escrito nada nuevo, no…

51. Está haciendo muy mal tiempo, ¡qué quieres que te diga!

8. A ver, lee las que ya tienes y elige los dibujos.

27. Estoy haciendo otras cosas, ya sabes.

32. Nadie como yo quiere esa basura en la calle, pero ¿sabes? Aquí arriba ya no mando yo.

46. Imagina un museo en las obras de una infraestructura enorme, con décadas de construcción inacabadas. Pues ahí se desarrolla la…

65. Pero qué va, no sale. ¿Sabes? Ese capítulo parece una cabina. Se lo traga todo. ¡Jajajaja! ¿Nos convierte eso en una sociedad cabina? La gente traga con todo.

33. Ya sabes que la melancolía no ayuda.

17. «Mi problema con las mujeres es que cada día me vuelvo un poco más insoportable.» Y ya sabes que me gustan las mujeres. Exacto, son como la luz del sol para los poros de mi piel.

Un día se dió cuenta. Cometí el error imposible, el error tonto, el paródico… Leí el número que precedía a la excusa. Saltó la liebre. Como un presidente de gobierno inepto, leí fuera de mis propias acotaciones. No eran frases, ¡joder! De repente había descubierto todo el pastel.

Una lista ordenada de comentarios que mezclaba con la misma soltura con la que un teleoperador hipoteca a un abuelo con un producto que le perseguirá hasta el subsuelo.

No se lo tomó del todo bien, claro, pero supo valorar el esfuerzo previo. Vino expresamente a casa para ver la lista con sus propios ojos. Trajo cerveza y pistachos. Adoraba las tardes con mi editor.

Eran señal de que escribía.

Fase in the mood for love (o las «x» veces que hoy me enamoré porque no me quedó otra)

Posted in Uncategorized by El autor on 27/01/2013

63 amperios

Posted in Ich, Pablo, Uncategorized by El autor on 13/08/2012

De nuevo allí, junto al escenario. De nuevo el murmullo del público, el olor a perfumes caros, las risas de las mujeres y la voz del jefe de sala.

La inauguración de un Gran Teatro siempre es un acontecimiento importante para cualquier ciudad. Autoridades, artistas de renombre, infinitas alfombras y la prensa; la maldita prensa local. Esos reporteros no distinguirían un guepardo de un leopardo ni aunque sus vidas les fueran en ello. Ni siquiera yo puedo distinguirlos, ciertamente, pero eso no es lo importante. Odio sus cuadernos de notas, sus bolígrafos afilados, sus críticas construidas desde la más vulgar envidia. Sus acreditaciones, que confunden a menudo con el derecho a entrometerse en tu trabajo.

Malditos chupatintas, venderían su casa, su coche, a su madre y sus vidas con tal de ganar algo de fama. Especialistas en banalizar el arte, y en sacralizar a esa celebridad fotografiada junto a un primate, practicándole sexo oral. Yonquis de la noticia basura, de la fugacidad, de la superficialidad y la saturación.

Y ahí están, en primera fila, como reyes, ¡qué digo reyes, como malditos emperadores! Mañana se quejarán de todo: se quejarán de la temperatura del aire acondicionado, del olor a pintura, del retraso en la apertura, se quejarán del secador de manos, del ambigú, del telón y de la luz.

Se desmaya la luz, el regidor empieza a vociferar por el intercomunicador. Todos están prevenidos. Comienza el espectáculo.

El silencio se apodera de la sala. El público expectante comienza a distinguir siluetas tras la subida de telón. Empieza a sonar un teléfono móvil. Mataría con mis propias manos al malnacido que no ha apagado su teléfono. Pero no, tengo que estar aquí, en este cuarto, mirando cómo estos cacharros se calientan, oyendo sus zumbidos, controlando que ninguna de las cientos de resistencias que los componen decida quemarse.

Entonces, el desastre.

El equipo de escenografía pide ayuda. Uno de los integrantes acaba de lastimarse la muñeca en el último movimiento de telones. Faltan treinta segundos para el cambio de escena y hay dos manos menos en la galería. Agarro el intercomunicador con firmeza y me ofrezco sin vacilar al regidor.

—Alfredo, yo estoy…

—Ni se te ocurra moverte de tu sitio —me grita preso de la cólera.

—Alfredo, no hay nadie más —confiesa preocupado el jefe de escenógrafos.

Silencio, tensión absoluta y respuesta del regidor:

—Corre, corre hacia arriba y cuando hagáis el cambio, vuelve a bajar. ¡Rápido, maldita sea!

Obedezco. Me pongo los guantes, dejo el intercomunicador y corro hacia la galería para realizar el cambio de escena. Todo se ha solucionado a tiempo. La dramática música sobrecoge al público mientras las luces brillan en todo su apogeo. Caen los telajes, cambia la atmósfera, los aplausos camuflan el ruido de las poleas, los gritos de Alfredo, los obturadores de la prensa… y el zumbido agonizante de las resistencias.

Entonces, el desastre.

Oscuridad, humo y olor a quemado. Se activan las luces de emergencia, el público enloquece. Nadie sabe que pasa, pero yo puedo imaginármelo. Puedo imaginarme en la cola del desempleo; ya me veo charlando con la funcionaria de turno, acerca de mi dilatada experiencia, de mi mujer, de mi hipoteca. Puedo imaginarme toda esa miseria en mi camino hacia el cuarto de reguladores, ya pasto de las llamas. El humo es insoportable, y el extintor ¡no funciona! No funciona o me acabo de cargar la manivela. Corro a por una manguera, mientras todo el personal intenta desalojar al público.

Pienso en los titulares de mañana, en cómo estará disfrutando esa manada de buitres carroñeros. Pienso en ello mientras desenrollo por completo esta manguera del demonio. Pienso en el infierno, en las llamas, y en lo cerca que he estado, y de hecho estoy de acabar achicharrado por amor al arte. Me indigno mientras abro la llave de paso, agarrando la manguera con firmeza me dispongo a tirar la puerta del cuarto de reguladores. Soy un maldito héroe y mañana la prensa hablará de lo áspero que es el papel higiénico del Teatro.

Y, la verdad, me da igual que la gente ignore mi heroicidad mientras todo el mundo sepa lo áspero que era el papel higiénico del Gran Teatro de aquella ciudad.

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