Fase in the mood for love (o las «x» veces que hoy me enamoré porque no me quedó otra)
No te avergüences, compártelo
Commodore 64
Nunca olvidaré aquel juego mítico de cinta, jugable bajo Commodore 64:
«Allá donde el sol nunca se pone, en el efervescente Al-Andalus, controlado por el Gran Griñán, maestro de Eres; tú serás un miembro de su casta y tu largo esfuerzo y sacrificio serán reconocidos, previo monstruo final, con los «te quiero» de su también casta hija».
Nunca vi peor contraportada para un videojuego. Y resulta que al final ni príncipes ni dragones, a veces reyes de dialéctica inflamable, y mucha burocracia medieval. No creas joven lector que jugabas cuando tú querías: no. La cinta debía ser reproducida.
Sí, niños. Ni Internet, ni deuvedés, ni disquetes. ¡Cintas! Las únicas cintas que podéis usar hoy están en el gimnasio o en algunos aeropuertos y estaciones.
Había muchas cosas que ya no volverán en bastante tiempo. También es curioso que mientras algunas cosas se marchan para siempre, otras no hacen más que volver a ti. El vómito es una de ellas. Y no os mentiré jóvenes lectores: estos días están siendo de náusea.
El agua se compra y se vende, jóvenes lectores, pero hubo un momento en que el líquido elemento se consideraba un derecho innato al ser vivo.
Nos reuníamos a espaldas de los mayores para conectar las máquinas que nos hacían felices. Los mejores gráficos, los mejores guiones, los cuelgues y los «records». Joder, chavales, antaño los juegos (de máquinas o tablero) molaban mucho más. Había más ganas de hacer historia que de hacer caja. Antes, los videojuegos habían de poderte sorprender durante más de una hora. Ahora la mayoría de las aplicaciones a las que la gente juega a todas horas no suponen más que una concatenación de pequeños impulsos y sensaciones que se iteran in crescendo en frecuencia y dificultad.
Eres un ingeniero, poniendo a prueba a toda una camada de bebés panda robóticos. Algo falla en el maldito laboratorio de nanorobótica molecular y los bichos se mosquean.
Los recreativos están en nuestro propio bolsillo. Nos han hecho unos «jugones», unos apostadores al fin y al cabo. Todos los días esos mutantes pasean su miseria por la ciudad, el lobby de la pena, la lástima, la condescendencia. Esos ciegos venden la ilusión, como si la ilusión pudiera comprarse, como si tuviera precio.
Digamos que desde Eurovegas no creo que el azar sea la industria que necesitamos.
Juegos viejos. Juegos de personas.
leave a comment