Se puede ser más estúpido

80 pandemias después de aquel adiós.

Posted in Uncategorized by El autor on 13/09/2020

Aquel pitido se comió el mar. La detonación enmudeció la orilla, y pueblos mar adentro. El silencio fue.

Olas. Olas gigantes, cíclicas y coherentes. Golpes de mar. Paraíso terrenal.

La soñaba a cada tarde de espuma de sol. Ese nublado que no era tal justo a la huída del sol.

Cuando acababa el verano dejábamos de hablar de puestas para hablar de huídas de sol. Anhelábamos con cariño los primeros rayos de la primavera que empezaban en el otro hemisferio.

Cerraron las playas. Cercaron los parques.

Mascarillas, codazos, malos vicios, grandes personas.

79 desencuentros en la tercera fase. Lo que el covid se llevó.

Última comanda.
Melocotones en almíbar, galletas, sopas de sobres.
Sobras de un pasado,
luz sobre sus sombras.
Una rasta de gato.
Una guindilla. Ojos rojos.
Cacao en polvo.
Humus de berenjena y un puerro.
Escarola de caracol.
Chorizo con yogurt.
Espirales e insuficiencias respirales.
Silencio de sentires, aplausos y cacerolas.
Contactless.
Zumos y batidos.
la entrada un millón de su diccionario en clave.
El último mongui.
La misma ilusión y torpeza que un niño con su extraterrestre aprendiendo a volar en bici.

Sol de tarde, que llegó tarde.

Más vale tarde,
que nunca.

78 rollos de papel higiénico

Posted in Entorno social y su evolución histórica by El autor on 13/03/2020

LÁVATELASMANOS-NOSALGAS-NOTETOQUESLACARA-TÓSETEENELCODO.

Es muy complicado que nos organicemos y pensemos como una comunidad cuando llevamos años obedeciendo y asimilando mensajes de individualidad. Es muy complicado que entendamos que el problema podemos ser nosotros, y no los demás, cuando desde los medios y desde las sombras nos recuerdan cada día que somos mejores que el de al lado, que el de enfrente, que el de aquella comunidad autónoma llena de vagos, o de egoístas, o aún peor: separatistas.

Ha sido sutil pero efectivo. Han conseguido que nos alegremos de las desgracias ajenas «mientras a mí no me toque». Son muchos años de circo televisivo, riendo y disfrutando de forma episódica de los dramas anónimos que producían mucho beneficio publicitario a cambio de contratillos de tertulianos y un minuto de fama.

Han alimentado durante años con basura el imaginario común y nos han arrebatado la mayor fortaleza que teníamos: la identidad de grupo. Divide y vencerás. Hiperconectados, hipercontrolados, hipersegmentados, hiperdesinformados.

Soy un crack comprando papel higiénico. Soy un hacker del apocalípsis. Sé que las puertas automáticas son puertas automáticas mientras que los pobres ignorantes siguen pulsando para abrirlas. Los mismos de «es solo una gripe» y de «con Franco no había pandemias». La pandemia es la estupidez, la falta de solidaridad y de empatía. Y ahora nos ha explotado en la cara.

Los mismos que votan corrupción y sanidad privada. Los mismos que ahora se contaminan, que contaminan todo cuanto tocan. Deja un virus contagioso suelto y propaga en redes sociales que los precavidos son alarmistas. Provoca el colapso y échale la culpa a las instituciones que pidieron amable y responsablemente que la sociedad en su conjunto y partiendo de la individualidad fuera responsable y luchara no por no contagiarse, sino por no propagar más el problema.

Teniendo en cuenta que mi papel tiene 4 capas, mis 78 rollos hacen un total de 312 rollos de los que normalmente compra mi vecino. Soy mejor que mi vecino. Mucho mejor.

Defiende lo público, y entérate de una vez quién gana cuando tú pierdes.

Borrador rápido 77

Posted in Entorno social y su evolución histórica, Uncategorized by El autor on 04/08/2018

Son las cinco de la mañana y el terrorismo islámico azota Europa.
Son las cinco de la mañana y mañana no sé si me dará para el café.
Son las cinco de la mañana y ayer volvió a ser ayer.
Son las cinco de la mañana y los niños siguen perdiendo sombras en sus pueblos.
Son las cinco de la mañana y cada vez se ven más sombras sobre los pueblos.
Son las cinco de la mañana de hoy, porque mañana será otro día.
Son las cinco de la mañana y yo puedo escribir esto mientras todos duermen.

76 correos no deseados. Fuego y tinta.

Setenta y seis correos no deseados. Todos míos. Aquella mañana de fuego y tinta. La segunda de cuantas mañanas de cuantas semanas el cuerpo aguanta. Aquella mañana intercambié fuego por tinta. Aún no sé quién salió perdiendo. Con la tinta pudiera haber escrito cuantas sensaciones revolvieron a mí sin previo aviso, entre asépticas poses e inaguantable desesperación. Como la consulta de cualquier médico más enfermo que todos sus pacientes juntos.

Y ahí estaba frente a la dueña de todas sus libretas. En términos prácticos de la misma manera que le había dejado ella hacía nueve años. Hecho una uténtica mierda. Algo o alguien que parecía auténtico hasta que descubrías que todo era un fraude, una fachada. Facha viene de fachada, ¿no?

Alguien que vivía un cuento, una fantasía. Alguien que con tanto insomnio tras su sombra no puede más que acabar perdiendo el sueño en algún momento.

Dicen que el amor es loco. Y hay locos que aman como locos, y eso, en ocasiones es delito. Delito de locos. Eso es lo más poético que puede decirse de ciertos tipos de amor.

Calle Amores.

Cumpleaños total. Familia de verdad. De sangre, tabernas, pesares y bondades. Soplar una vela y desear que todo permanezca igual. Jam republicana y reencuentro con mi mar. Con mi mar de amores. Con mi mar Mediterráneo.

La dueña de sus libretas agradeció la intención de crear un momento divertido. Un gesto. Una firma. Quizás para dejar a la jueza constancia de su presencia en un mar recuerdo, mal recordado y peor descrito.

Hablando del amor estábamos. Si funciona, no lo toques, como dicen los técnicos. Y si no falla es que aún no lo has tocado del todo. Como dicen los técnicos electrocutados.

transcripción.

Antes de que se vaya la reina de la pista dale medio pollo.  – Quizás me gusten mucho las mentes, esa incertidumbre de entender o no algo tan simple, sin darme cuenta. – Se me sale el pecho cada vez que te veo. Se me sale el pecho. Papel, azúrcar. Spaguetti. Preguntó a a la dueña de todas sus libretas. Búscame en el SPAM. Ella. Tras la firma.  «Ha acabado en una bien, pura y digna vida. Se alegra por lo de digna. A él solo le falta el Sms. Todo lo demás lo ha probado todo. La reina de la DGT le habla. Le dice que la deje tranquila. No le gustó despedirse de un cuñado. Soy la libreta y puedo morir. No al libro electrónico. La libreta se rebela. Las fotos se revelan.

ImproSession en el ojopatio del patio de luces. Sueño. Suelo. Espejo. Timbal. Guitarra y voz. Siesta y una libreta vacía. No sabe cuántos años lleva sin tener nada que decir.

Sin embargo yo elegí fuego. En este curioso juego en que se convirtió volver a revivirlo todo 48 horas después y llegar antes que nadie al futuro Velvet. Y solo verte entre las calles como ese recuerdo suspendido como nieve que se desliza sobre hielo. Culebrillas nerviosas. Anguilas eléctricas recorriendo mi cerebro. Recuerdos y acordes que solo los flashes que configuraba el técnico de luces de la nueva sala y Daft Punk pudieron controlar.

Y sin embargo yo elegí fuego en nuestro trato. Y mientras me terminaba de liar mi penúltimo cigarrillo del día y descubriendo una vez más que fumaba, me percaté de que no tenía cómo encender aquel primer cigarrillo de la mañana. Ahí empezó el trato y se terminó de sellar cuando, desesperado, se levantó en medio del bus pidiendo un bolígrafo y para mí fue inevitable darle el mío. Y la tinta fue de él. Y no le dejé devolvérmela. Cuando una tinta se entrega ya no ha de escribirse de nuevo con ella. Toda mi tinta es suya ahora.

Una anciana volvía a desvanecerse en el autobús. 35 minutos al sol dentro de un vehículo lleno de personas sigue siendo letal para una persona anciana en pleno siglo 21. Hace 20 minutos que he dado mi tinta y no puedo escribir sobre lo que está ocurriendo.

Piden desesperado un médico, o alguien que sepa qué hacer mientras el chófer y sus maniobras convierten al pasaje en una ambulancia de unas 50 toneladas en medio de un mar de coches frente a la dársena de Aduana.

El contestador de todas aquellas compañías telefónicas finalmente me hizo más caso y me acompañó más que dos doctores juntos el día que me desmayé en ese inmundo autobús tercermundista lleno de pobres de derechas. Y dos médicos. Y ninguno se levantó, porque el bus iba en marcha. Es complicado desamayarse en un autobús nórdico matriculado en cualquier otro lugar.

Ella puso su rúbrica sobre la octava libreta y la tierra firmó con lava al otro lado del planeta.

75 derribos y un imán

Posted in Pablo by El autor on 13/05/2018

Maldita sea. De nuevo he olvidado la contraseña de este blog. Aquí estoy, de todas formas. O cualquiera haciéndose pasar por mí. Si tiene buena letra, os aseguro que no soy yo.

Venía hacia casa pensando en Pablo, en mi sobrino segundo. Yo qué sé, el primogénito de mi prima. El caso es que pablete, que casi sobrepasa ya mi mentón, tiene ya dos hermanos pequeños, y de seguro ya ha hecho suya la responsabilidad de que sus dos hermanos pequeños crezcan sanos y salvos.

De la misma forma he de admitir que llevo mucho tiempo sin escribir cuentos como los que en otro tiempo te dedicaba. Este escrito de hoy va para ti, muchacho.

Me encantaría contarte sobre castillos en islotes convertidos en parques temáticos con autobuses siameses y puñados de exaltados japoneses. Esa sería buena, pero apenas termino de escribir esta línea, la última casa del barrio caía presa de la ruina.

imaginen una app para cribar la mediocridad. Una especie de mediocriapp que los escritores tuviéramos para, de una vez por todas, dejar de publicar mierda.

Como en todos estos grandes avances tecnológicos donde toda una sociedad, casi la totalidad de la población mundial, tiene que adaptarse por narices; el aspecto de la aplicación será muy intuitivo.

La inteligencia artificial, que será la artífice de nuestro éxito o fracaso, se mostrará en el margen inferior derecho de nuestra pantalla, y dependiendo de la calidad y el sentido de nuestra creación, podrá (siempre de forma simbólica, recordemos) sonreir o, incluso llorar. Esas pequeñas lágrimas digitales que el autor vea en su pantalla, le darán el impulso que necesitaba para destruir ese documento y empezar de cero.

Con esto, querido Pablo, solo quería decirte que el mundo está lleno de publicidad, y de la mala en la mayoría de los casos.

Lo que no es mentira es que nos estamos quedando sin árboles y sin casas viejas. Y eso es un problema que en mayor o menor medida va a comprometer a tu generación.

Ellos expropiaron por el bien de la humanidad. La gran lanzadera es una realidad. Ayer vi las primeras pruebas. Nos han dejado a todos asistir a esa verdadera locura. Hace 100 años, pensar en energía nuclear limpia sobre la superficie terrestre era cosa de chiste. Y ahora resulta que… Ya lo habrás dado en el colegio.

Se supone que ese primer electroimán va a sostener a toda una ciudad. Y parece que ya ha comenzado.

74 terrores nocturnos

Posted in Ich by El autor on 08/09/2017

Terror. Esa sensación de miedo descontrolado, salvaje, innato, desquiciado, desproporcionado e inútil. Porque el miedo lo es. No vale para nada. No vale para conocerse a uno mismo, ni a quien te observa, ni al que te disfruta ni a quien te envidia.

El terror no sirve más que para asustarte. Porque no eres capaz siquiera de respirar con él.

Te roba el aliento, el aire, el pulso, el rollo. Joder, te lo roba y te lo corta. El terror… leerlo da susto, leerlo te lleva directo a una pesadilla o a un amor correspondido. Te lleva a una madre asustada, que no es capaz de descifrar tu amor entre tantos calcetines, camisetas y calzoncillos. Que no es capaz de entender cuánto la necesitas aún. Porque ni sabes contar, ni sabes «cuentar», ni sabes dibujar, ni sabes la puñetera guitarra tocar. Porque no estás preparado para que se marche sin más. No puedes entender un adiós de quien te trajo de vuelta al mundo real. Porque no te fías de un doctor de la privada, porque es un negocio, porque es una carnicería más. Porque ahora más que nunca necesitas un hombro sobre el que llorar.

Llorar porque salga bien, porque todo siga igual. Llorar porque haya algo de médico en ese pedestal. Porque quede algo de médico en ese talonario, en ese quirófano, en ese viernes por la mañana que debiera ser sábado, o domingo; con ella en la cama, echando en falta un buen postre, una tortilla, o un directo de «Saber y Ganar». Un «buenos días» un «cómo estás». No me cuides más, cuidate tú, y no me faltes más.

No me faltes nunca más.

 

Borrador rápido nº 73

Posted in Uncategorized by El autor on 09/03/2017

Como se dice en estos casos,
disfruta de eso mientras dura.
Más dura será la caída,
como se dice en estos casos.

De eso que te mantiene en vilo.

Hasta que no haya más, a lo que de.
Más dura será la caída
No te olvides de que nunca fue:
hasta que no haya más, a lo que de.

Con piedras se marca el camino.

Como se dice en estos casos,
agua que no corre no mueve molino.
No te olvides de que nunca fue,
y que tu métrica del caos…
… embriaga más que el vino.

Siete pastillas y dos sobres

Posted in Du und Ich by El autor on 08/03/2015

Breve introducción a la locura crónica asistida.

Estamos en una habitación a oscuras. Sentados. Una voz se dirige a nosotros en medio de la más oscura nada.

– ¿Dónde está la ventana?

Hacemos un esfuerzo sobrehumano para responder con solvencia esa pregunta, preguntándonos a nosotros mismos de quién es esa voz.

– No lo sé. A mi derecha… no, detrás de mí. No lo sé, no lo tengo del todo claro. No con seguridad.

Desorientación.

Motocicletas poderosas y sinuosas carreteras comarcales a principios de los 80. Ahora estamos en el roqueo del astillero de jábegas. Ella toca la guitarra, tiene una voz preciosa; está cantando una canción revolucionaria.

Los mejores años fueron esos, no hay duda.

Carlos de Haya. El símbolo del mal. Su nombre evoca una dictadura represora y cruel, especialista en la erradicación de toda idea contraria o crítica a base de maltrato y manipulación psicológica de la masa, exhibiendo y asentando en el imaginario común todos los símbolos y héroes creados para tal fin.

Allí una artrosis degenerativa se la está llevando. Es inhumana nuestra fecha de caducidad.

El magnate ha llegado a la terraza. Quiere celebrar una comunión. La más fastuosa celebración de la costa. Quiere los 400 metros cuadrados de la terraza. Quiere la pista de baile, los jardines, los ficus, las yucas, las palmeras y los pinos. Quiere los billares, los futbolines; quiere los videojuegos, y te lo dice comiendo unas avellanas de tu máquina. Son cinco duros. Cacao.

Es el dueño de las tragaperras de toda la provincia, y en plena expansión. Le ha gustado el sitio y te hará una oferta que no podrás rechazar.

Si algo echas de menos es poder comerte un buen plato de cuchara.

Puede que sea la medicación, o quizás mezclarla con alcohol, pero el pulso lo has perdido. Eso y la memoria. No sabes qué están haciendo contigo exactamente, pero sientes cómo todo se va borrando, en voz baja, y te das cuenta de ello cuando empiezas a buscar, a revolver tus recuerdos en busca de algo en concreto.

Parece que alguien ha abierto esos cajones y lo ha desordenado todo. Y parece que se está llevando algo. Ni siquiera puedes comerte una porción de pizza sin que los champiñones acaben en cualquier sitio menos en tu boca.

La noche del secuestro estaba muy enfermo. Querían robar en una obra. Me amenazaron con un cuchillo enorme.

La lluvia vuelve al paseo y sorprende al vendedor de rosas. Lleva elegantes zapatos y pantalón negros y una camisa de rayas blancas sobre negro. Ni finas ni gruesas, rayas blancas sobre negro.

El reclamo perfecto para el ejecutivo agresivo que intenta ligar entre la barra y la máquina de tabaco. Ese es un insensible.
Volviendo al vendedor… Su corbata es rosa. Sus rosas son rojas, reales y envueltas en lámina de plástico transparente. Hoy están más frescas que nunca.

La gomina es impermeable y crea unos enigmáticos microsurcos donde se aloja el agua de lluvia. No se puede vender así. A menos que el fotógrafo hoy tenga uno de «esos días».

«Pero es que hoy te amo, y esta tarde me imaginaré saciando a tu mejor amiga.» -Adivinen-

La locura respetada suele ser realmente cordura ingeniosa y aventurera, pero no locura. La locura real se pudre en los bares del pueblo.

Arroyo de los ángeles. Un enrejado me separa del mundo exterior. Quiero un cigarro. Alguien está fumando en un radio de 500 metros. Estoy convencido. Aqui está, y aquí. No paran de pasar fumadores y yo quiero un cigarro. ¿Tiene un cigarro? ¿Me da un cigarro?

Están fumigándonos como a cucarachas. No sé con certeza de quién depende, a quién se le ocurrió la idea y de qué demonios se trata pero estoy convencido de que es malo, y que, entre otras cosas, buscan controlarnos. Podrían ser alienígenas, podrían ser castristas, o testigos de Jehová. Alguien está fumigándonos. Aun así hace una mañana estupenda.

Odio las aerolineas, las odio a todas por igual. Odio los aeropuertos como todo Internet. Aeropuertos en Internet si, Internet en aeropuertos… Quiero un cigarro. Uno electrónico. Quiero el cigarro electrónico con más megapíxeles que tenga, y lo quiero ahora. Pagaré al contado, vengo de Andorra, soy del PP y me suda todo la polla.

De noche no hay ozono. Bueno, hay, pero en unas proporciones inferiores que de dia.

Yo nunca he tenido un cuaderno. Dicen que así fue. Mienten. Todos mienten a mi alrededor. Lo del cuaderno es lo de menos. Era una librartera y eran momentos de los demás, nada de eso me pertenecía, ¡Dios me libre! Yo nunca he tenido un cuaderno. Acabé 5 de ellos antes que esta historia y sigo sin cuaderno.

Y mañana volvemos a empezar. Me tomaré estas siete pastillas, me beberé estos dos sobres. Me miraré al espejo después de lavarme la cara. No me reconoceré, no por mi enfermedad, no, sino porque el que era yo yace muerto ya hace rato.

Mayores de 65

Posted in Ich, Pablo by El autor on 22/08/2014

Nota del autor: Este texto supone el fracaso durante más de un año de llevar adelante una idea concreta, con un tema concreto y pensado en muchos ratos. Mayores de 65 quería hablar de las personas mayores. El abuelo se marchó y sentí la necesidad de convertirlo en un homenaje, pero dejé de ser capaz de escribir. Incluso pensé en lo más sencillo: transcribir mi libreta y mi Twitter de esas fatídicas horas en las que me despedí de él. Pero tampoco me atrevía a escribir las palabras más duras de mi vida. Se retoma el texto finalmente después de despedir a otra abuela y de querer convertirlo en un homenaje a todos los abuelos. Gracias por su paciencia.

——

¡Vaya por Dios! Tengo una zanja delante de mi portal. ¿Y ahora, qué?

El pan olerá a polvo. Eso seguro. El exquisito pan recién hecho del viejo obrador va a oler a mezcla. Qué asco. Toda la vida tragando lodos y barros, conseguir jubilarse junto a una panadería con productos frescos para salir de casa y tropezar mortalmente. La gente se muere delante de su casa.

¿Quién entiende a los nietos? Sus padres no, nunca lo harán. Invertirán toda su vida en ello, pero de nada servirá. Quizás es por ello que hay un vínculo que rompe el espacio-tiempo, saltando generaciones y con ellas prejuicios y fobias, que juega a la experiencia y al primer estímulo. A la necesidad de adaptación que la trepidante vida nos obliga. Cuando se va un abuelo, cuando se marcha una abuela, la mismísima tierra se abre ante tus pies, enterrando años y recuerdos delante de ti.

La muerte del pobre se parece muy poco a la del rico. Bueno, realmente la muerte se parece, pero ni de lejos el proceso previo ni el ritual posterior.

El año volvía a terminarse. Y es que así parecía que fuese. Un mismo relato contado incontables veces. Otra Nochevieja. Los días se parecen los unos a los otros, se intercambian entre sí. Cuando te resulta difícil recordar tu nombre, las semanas empiezan a ser demasiado raras para que resulten cómodas.

Las abuelitas solitarias se reúnen cada tarde en el porche acristalado de la casa; mecidas en la sobremesa televisiva, solo el paso de algún vehículo dominguero o una eventual visita consigue traerlas de vuelta de nuevo.

Parece un metro vacío, pero aquella niña sonríe mirando de un lado a otro de la estación. Sus calcetines largos y su vestido a juego (nunca sé qué va a juego con qué), sus canciones infantiles y ese continuo diálogo que mantiene con las paredes me hipnotiza por un momento.

Me montaba en el metro de mi ciudad por segunda vez en mi vida. La primera para mi padre, que me acompañaba. Yo bromeaba con él, por el hecho de que habíamos llegado a ver en vida un metropolitano en la ciudad y él recordaba con dolor que el abuelo no lo había podido ver. Pese a haber sido testigo desde su balcón de las faraónicas obras del suburbano.

Las navidades en casa del abuelo.

Había pocas cosas que le gustaran más al abuelo que el crepitar de los leños en la chimenea. Podía pasar horas observando cómo la madera se consumía en el sublime espectáculo del fuego. Pocas cosas más que regar un jardín, que trabajarlo día tras día, que hacerle la merienda a cualquiera de sus nietos.

A él le debo mi amor por el ferrocarril; nunca olvidaré el Talgo Virgen del Carmen que me regaló. Un Ibertren de la escala HO que sigue conmigo, y que fue el comienzo de la fascinación que hasta hoy mantengo hacia ese medio de transporte. Y hacia casa del abuelo iba ayer mismo en metro.

Dos meses después de comprarme la cámara de fotos de mi vida, compañera de trabajos, de proyectos, de fiestas e ilusiones; fui a enseñársela a él. Empezaba a descuidarse su cerebro a la hora de contarle ciertas cosas que acababan de pasar, pero gozaba de total autonomía para deambular por casa. Entonces me dijo, tras alabar mi nueva herramienta:

—Te voy a regalar una cámara. A lo que yo respondí que acababa de comprar una, que estaba muy cubierto en ese asunto. No obstante hizo caso omiso a mis palabras y salió del salón. La siguiente imagen que recuerdo fue la de él volviendo con una Polaroid 600, con la que décadas antes me había retratado. Antes de su marcha fue la última gran sorpresa que le dio a alguien muy falto de ellas.

Puedo pasear cerca de ti a cualquier hora. Aunque sabes que ya no voy  a la plaza tanto como antes.

Hoy vi a una nieta llorar desconsoladamente. Ni siquiera los terroríficos sonidos hidráulicos de la máquina que posicionaba el féretro de su abuela lograban acallar ese llanto que provenía desde su mismísima alma. Me dieron ganas de abrazarla, como hice con su tía una hora antes, y con su abuelo, a quien también dedico este esperpento.

Me vi a mí, te vi a ti, nos vi a todos ante ese momento con el que se fabrica el mal. Esa impotencia, ese «se acabó», ese adiós sin réplica, ese temblor nervioso. Esa negación hacia la mismísima vida, esa rabia tonta, como si no supiéramos que ocurría.

Mientras, en los despachos, los abuelos son un estorbo, pero un buen saco de votos.

Dice la leyenda que los abueletes habitan por siempre las obras que sufrieron durante sus últimos años de vida, esas que les convirtieron en infierno la visita a la panadería, o la excursión a la «parada provisional» del autobús. Quizás por eso los mayores de 65 miran tanto las obras. Quizás no estén controlando a los peones, sino buscando su nuevo hogar.

A %d blogueros les gusta esto: