A 53 pasos de aquella terraza
«Ya no recuerdo la hora exacta en la que este escrito empezó a tomar forma. Pero sí recuerdo que fue frente a aquella terraza de verano, en aquel invierno enfermizo.
Suelo padecer aquello que podríamos llamar dependencia a la soledad vigilada. Me siento muy cómodo a 53 pasos de la gente, del ruido, de las conversaciones vacías. Sí, es ahí donde estoy bien, donde me siento agusto. En mi soledad vigilada, con el mar detrás, y observando cauto todo aquello que acontece.
En ese momento, cuando descubres lo insignificante que es tu existencia, la de todos, decides volver a mezclarte con la muchedumbre, restando importancia a lo insustancial de sus conversaciones e intentando dejar un poco de dignidad y respeto a tu paso.»
[extracto de la última nota firmada por Julian Assange encontrada en Rinvón de la Cictoria]
Aquella era la peor ciudad del término municipal, con diferencia. Llena de piratas, de parados y taxistas. ¿Quién querría ser alcalde de un sitio así? Cualquier analfabeto, pensarán. Y están en lo cierto. El alcalde de aquel lugar era un señor con un cono de cartón como sombrero.
Y ese pueblo no sería remotamente interesante para ninguno de ustedes, ni siquiera para mí, si no fuera porque tengo que hacer cumplir en él la dichosa «ley antitabaco».
Me llamo Felipe y soy uno más de los sabuesos de la cortina de humo. Alguien empezó a llamarnos así por la nube tóxica que debemos atravesar cada vez que entramos en un establecimiento para ver si, en efecto, se cumple la normativa.
Me llamo Felipe y estoy respirando más suciedad que durante todo el tiempo que trabajé haciendo inspecciones técnicas de vehículos. Cambié industria por sanidad: «cambio de aires» me decían amigos y familiares. Me acuerdo de todos ellos ahora que soy de los pocos que sigue llegando a casa oliendo a infernal cigarrillo.
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