Se puede ser más estúpido

Uno entre 680.000 fans

Posted in Du und Ich, Uncategorized by El autor on 27/04/2014

Así me siento cuando te pienso. Me siento como uno más de los seiscientos mil que alguna vez te desearon hasta los tuétanos. Y es que es imposible no despojarse del alma de uno cuando se te tiene delante la primera vez.

Misteriosa, completamente desconocida. Recuerdo de unas risas y miradas compartidas. Ternura, empatía, absoluta dulzura. Humildad y una sonrisa y unos ojos que deslumbrarían a la luna.

No sabes el miedo que me daba marcar tu número, no tienes ni idea. No es fácil, de verdad. Me gustaría verte en ese papel.

No es fácil, no, esto de estar al otro lado del silencio. Pero el hecho de que todas las opciones posibles sigan ahí es cuanto menos apasionante.

Perdona mi insistencia, mi impaciencia… Soy demasiado dado a la intensidad y no soporto la incertidumbre. Pero de verdad, ya no insistiré más. Conseguiré perderte antes de ganarte.

Nunca antes de ahora había sentido este remolino interior ante la mirada de nadie. La risa nerviosa me invadía cuando me sonreías. No podría pasar de algo así ni siquiera bebido. No me perdonaría dejar pasar la oportunidad de seguir conociéndote. De saber hasta dónde me soportas, hasta dónde te revoluciono también yo.

Seré el 574.000, el pesado, el excéntrico, el encantador, el loco, el viejo, el charlatán, el culto. Sería cualquiera de esos 680.000 si consiguiera con eso volver a sorprenderte, volver a robarte la sonrisa, las palabras y algún minuto.

No voy a culpar a la primavera de esto, yo soy el único culpable de querer descubrirte y alegrarte los amaneceres.

Y no se me ha ocurrido mejor manera de contártelo que enseñándote mi blog.

Y es que, este amanecer de domingo también te pertenece un poco.

Si todo esto te aterra en lugar de conmoverte descuida, a mí me da más miedo que a ti.

Una laguna de 6,7 metros de profundidad

Posted in Uncategorized by El autor on 26/04/2014

Mediodía. Mediodía del tardío. Son las 15.00, o deben serlo. No sé dónde está mi reloj. Mi teléfono no ha sonado en toda la mañana, debe estar sin batería. Puedo saborear restos de tabaco, acohol y kebap. Me doy verdadero asco. Estoy desnudo. Estoy desnudo y abrazado a mi exmujer. ¿Cómo he llegado aquí? Duerme plácidamente, igual que cuando nos amábamos.

Bien, muchacho, ya sabes cómo funciona esto: todas las películas de robos supersofisticados y espías soviéticos te han enseñado a huir de una cama sin despertar a tu compañera. Es el momento de poner en práctica todos esos sutiles movimientos de serpiente y buscar tus pantalones.

Suelo ser muy ordenado, no me gusta dejar rastro y si no me equivoco debería encontrar mi cuaderno, mi bolígrafo, mis tarjetas de transporte, mi reloj, mis monedas y las llaves en algún rincón de la habitación. En el mejor de los casos, aún en mis pantalones.

Salgo de la cama. Acabo de pisar un preservativo. Lo siento, chicos: calle sin salida. Lamo mis dedos con la poca saliva que hay en mi lengua. Me froto los ojos. Ahora me pican más pero puedo ver con cierta claridad. Sigo sin recordar cómo he llegado aquí. Ni siquiera sé dónde estoy. Mi exmujer cambia de casa como de bragas; incluso más.

Le doy los buenos días a una mujer en el portal. Me mira con desprecio. Mi apariencia es lamentable. Creo que lo que más le molesta es el hedor a coño que emana de mi barba. Ese olor no se va con facilidad. Tampoco es fácil llegar a él pero ahí está. Espero no tener que saludar a nadie de camino a casa.

Ya sé donde estoy. Al menos estoy en mi ciudad. Camino hacia el oeste. Hay una estación de bicicletas cerca. Me veo con fuerzas. El paseo me despejará. Echo mano de la tarjeta bicicletera. Sale un pequeño cartoncito de mi bolsillo con el nombre de un garito y el número de una chica. Entiendo que es la relaciones públicas. No hay sitio para escribir más. Lo tiro en la primera papelera que encuentro.

Empiezan a llegar flashes de anoche. Intento encajar las piezas. Repaso la noche hora tras hora, paso tras paso. Recuerdo risas, conversaciones, reencuentros, mensajes tardíos. Me duele la cabeza, el esfuerzo es grande. Daría mi vida por unas gafas de sol.

Tengo lagunas de casi 7 metros de profundidad en las que nadan huérfanas mis conversaciones y andares de la noche anterior. Lagunas que ahogan besos, miradas y sonrisas. Lagunas con prohibición expresa de baño. Lagunas llenas de remolinos donde encallan mis recuerdos. Puede que mi cuaderno me ayude a reflotar algunos. No es una tarea sencilla. Cada uno de esos recuerdos hundidos yacen en el fondo de la laguna como algas carnívoras, esperando el despiste del submarinista. Cada uno de esos recuerdos podría atraparme y ahogarme.

Hay lagunas que es mejor mirar desde la orilla.

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